viernes, 1 de enero de 2016
Evangelio del domingo
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer
Juan 1, 1-1
ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS
El Pueblo de Israel, en sus inicios era un pueblo errante, un pueblo del desierto, como los actuales Beduínos, que llevan su tienda de un lado a otro buscando pastos para el ganado. Poner la tienda en un lugar es siempre algo provisional, porque cuando se acaben los pastos, los hombres del desierto vuelven a hacer el atillo para irse a otro lugar. Esa provisionalidad aplicada a Jesús, sugiere muchas cosas. Por un lado, Dios conoce nuestro terreno cuando acampa a nuestro lado, sabe de nuestros pastos, de nuestras zonas verdes y secas, de nuestros manantiales y pedregales… Por otro, nos descubre que ese Dios es accesible; podemos entrar en su tienda y gozar de su presencia. Pero cuando creemos que ya le conocemos, que está a nuestro lado, entonces desaparece. Levanta su tienda y se ausenta. No podemos encerrar a Dios en nuestros criterios, en nuestras costumbres, en nuestras normas, porque si lo hacemos, desaparece y pone la tienda en otra parte. Dios es accesible y a la vez inaccesible. No es una paradoja. Es la vivencia real. Por eso acampa entre nosotros, se hace un niño al que podemos tocar, e incluso hacer carantoñas. Lo podemos ver a nuestro lado. Pero justamente cuando su presencia empieza a acostumbrar nuestra mirada, cuando damos por supuesto que está con nosotros, desaparece. No podemos controlar a Dios, porque es mucho más libre que nosotros. Cuando creemos que tenemos controlado su Espíritu, entonces desaparece y acampa en otro lado, sorprendiéndonos cada día. Acampa en los humildes, en los que tienen alma y corazón de pobre, en los que están abiertos, en los que no encasillan, en los hijos de la luz, dispuestos siempre a recibirle. Estar muy seguros de nosotros mismos, imponer nuestro criterio, buscar la seguridad que da el dinero, creer que ya lo sabemos todo, ignorar lo que otros tienen que decirnos…Son experiencias en las que todos caemos una y otra vez. Y cuando nos ocurre esto, Dios coge su atillo y se va con su tienda a otra parte. A veces acampa fuera de la Iglesia, entre la gente más extraña, entre los que no tienen prejuicios. Ójala esta Navidad sea un momento privilegiado y nos hagamos más sencillos para que Dios acampe en nuestra tierra.
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