Vamos a comenzar la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua y tiempo de conversión. Hemos de cambiar muchas cosas, pero si lo pensamos con detenimiento descubriremos que la vida, toda ella, es un constante cambio.
En estos días vamos a escuchar en el Evangelio cómo Jesús fue tentado por Satanás durante los días que estuvo en el desierto. Es en esos momentos de soledad es cuando aparecen las peores tentaciones, aquellas que nos revelan contra nosotros mismos, aquellas de las que surgen los miedos, las inseguridades, los agobios y no estar conforme con lo que se tiene y con lo que se es. En definitiva, de nuestro propio interior puede surgir la infelicidad.
Jesús, a través de las bienaventuranzas, nos marca los objetivos de la vida cristiana apelando siempre a la importancia de ser y estar felices en todas las situaciones de la vida. Uno que es feliz no necesita nada más y en consecuencia hace oídos sordos a todas las tentaciones que le salgan al camino.
Por eso, Jesús, al vivir otro año más el tiempo de gracia de la Cuaresma te pedimos con más insistencia “no nos dejes caer en la tentación” tal y como nos enseñaste en el padrenuestro.
Frente a la tentación de la grandeza danos la virtud de la sencillez, frente a la tentación de poseer haznos desprendidos, para que sepamos regalar vida a los demás y así poder ser verdaderamente felices. Sólo de esa manera estaremos siguiendo tus pasos que nos guían por nuestro desierto solitario hacia el manantial de tu Resurrección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario