sábado, 11 de abril de 2020

Retiro: Sábado Santo 2020


Preparado por José Carlos

Recomendaciones iniciales:
- Busca un lugar agradable y silencioso dentro de tu casa
- Olvídate de todo por un  rato
- Deja que el Espíritu te acompañe con su susurro en este tiempo
- No tengas prisa en acabar, disfruta de cada oración, de cada música…
- Siente la presencia del Padre…. Abandónate a él.


ORACIÓN INICIAL



MONICIÓN

El sábado Santo es un día en el que la liturgia es sobria. Quiere recrear la ausencia de Dios. Por eso no se celebra la Eucaristía. En este tiempo de confinamiento tampoco podemos asistir a la Eucaristía de manera presencial. En ese sentido vivimos un largo Sábado Santo.
Hoy es un día para el desierto, para recapacitar nuestras noches oscuras en las que solo la fe nos alumbra. Eso es lo que vamos a hacer hoy. Dejarnos alumbrar por la lámpara de la fe, con la esperanza de que la luz vencerá a nuestras sombras.
A continuación vamos a recitar este himno y cántico de Isaías, que nos ayuden a entrar en oración.

HIMNO

Venid al huerto, perfumes,
enjugad la blanca sábana;
en el tálamo nupcial
el Rey descansa.

Muertos de negros sepulcros,
venid a la tumba santa:
la Vida espera dormida,
La Iglesia aguarda.

Llegad al jardín creyentes,
tened en silencio el alma:
ya empiezan a ver los justos
la noche clara.

Oh dolientes de la tierra,
verted aquí vuestras lágrimas:
en la gloria de este cuerpo
serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
bajo las divinas alas;
salve, casa del Espíritu,
nuestra morada. Amén.

CANTICO

Ant. 2. Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años».
Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama».
Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.
Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!
Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.
Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.
Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Ant. Líbrame, Señor, de las puertas del abismo.

EL AUSENTE: La cruz sin Jesús


(Podemos coger una cruz sin Cristo que tengamos en casa. Si no tenemos la fabricamos con dos pequeños palos)

Ante nosotros está la cruz desnuda. Ya no está Jesús en ella. Cuando estaba colgado en este madero, al menos estaba vivo. Lo veíamos con el rostro sufriente, pero vivo. Ahora no está. Es el ausente. Buscamos su rostro, pero no lo vemos. Nuestros ojos no se acostumbran a la ausencia.

El salmo que recitaremos a continuación expresa la realidad del Dios ausente. Dejemos que cale en nuestro corazón el salmo 26.

Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

Silencio

Ante la ausencia necesitamos renacer de nuevo a la fe que se ha resquebrajado. El dolor nos hace crecer, pero plantea preguntas que son difíciles de contestar: ¿Por qué me ha ocurrido esto a mí? ¿Por qué permites tanto dolor?
En estos momentos todos sentimos la ausencia de algún ser querido. Bien porque no podemos salir de casa, bien porque lo hemos perdido. Esa ausencia puede convertirse muy fácilmente en la ausencia de Dios, que siendo Padre parece que abandona a sus hijos.
Sólo podemos pedir la gracia de la fe, para que abra de nuevo el camino de esperanza. Hoy vamos a pedirle esperanza. Vamos a escuchar otra canción del grupo ixcis . Es un canto que pide la fe en momentos de desierto y angustia, de la misma manera que la tierra reseca pide agua de lluvia para que todo renazca.



Una de las obras de misericordia es orar por los difuntos. En este tiempo en el que han muerto tantos en nuestro país y en el mundo, podemos dejar un espacio para pedir por ellos Ellos entran hoy en el sepulcro de Cristo. Él, que ha visitado el sepulcro los sacará con su fuerza de vida. En estos momentos pronunciamos los nombres de los difuntos que deseemos, en voz alta o en voz baja. Oramos al Cristo del sepulcro para que él sea su resurrección.

Nombres de nuestros difuntos

A continuación rezamos la siguiente oración:

Las lágrimas son parte del abrazo.
No temas llorar, ni añorar.
No reprimas el duelo ni disfraces la ausencia.
Solo intenta creer, también hoy,
que la última palabra la tiene la Vida,
aunque ahora duela.
La memoria,
que a ratos escuece,
se teñirá de gratitud
cuando el dolor se aquiete;
gratitud por su vida, por su presencia, por su huella.
Pero no tengas prisa, no quieras forzar al tiempo
que todos necesitamos espacio para el duelo.
Llegará un día de resurrección, en que todo estará bien.
Ahora nos queda el amor,
al que ni la muerte puede silenciar.

EL INTOCABLE: El sepulcro cerrado


El sentido del tacto es muy importante para las relaciones humanas. Sin tocar no se puede vivir; el abrazo, la caricia, el beso, el apretón de manos, la mano sobre el hombro… son las expresiones de la amistad, del amor familiar. Sin embargo, llevamos unas semanas que no nos podemos tocar, no podemos abrazar a muchos de nuestros seres queridos.
Jesús toca a los leprosos y quedan limpios. Toca los ojos del ciego para que pueda ver y al sordo para que pueda oir. Se deja tocar el manto para que la energía que sale de él cure a la hemorroísa. Jesús es el hombre con tacto para los excluidos, los desheredados, para los que nadie quiere tocar.
El primer argumento del discípulo Tomás para no creer en la resurrección era la imposibilidad de tocar sus heridas de la cruz:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”
Necesitamos tocar para creer, para sentir a alguien vivo. La ciencia nos ha enseñado que solo lo que se comprueba y se demuestra es lo verdadero. La única verdad es que a Jesús ya no le pueden tocar, es el Intocable. Su cuerpo está depositado en el sepulcro cerrado. El que era accesible a todos, ahora aparece como el inaccesible, separado por una gran piedra del sepulcro que no se puede mover.
“¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?”, se preguntaban las mujeres. ¿Cómo abrazar de nuevo a mi ser querido que me ha dejado?, ¿Cómo acariciar a mi padre o a mi madre que están aislados en el hospital por esta enfermedad maldita?, ¿Cuándo podremos acercarnos los unos a los otros a menos de un metro y abrazarnos? nos preguntamos nosotros.
Jesús se hace intocable en el enfermo que está aislado, en el que está tirado en la calle, en los pueblos indígenas que nadie mira…  En la India, la casta más inferior es la de los Intocables. Son las personas más pobres, los que no tienen ningún derecho, los que no cuentan en el teatro del mundo, los que realizan los trabajos que nadie quiere.
Hoy sigue habiendo intocables aquí entre nosotros: son siempre los pobres que no salen en las noticias; el mundo rural excluido de tantas cosas, los marginados, los ancianos arrinconados que estorban, los refugiados que mueren al cruzar el mar, los que nacen en países que no cuentan en el mundo, los que mueren solos por el virus…. Es una larga lista de intocables a los que se acerca Jesús. El que había tocado su corazón ahora se hace uno de ellos en el sepulcro. Decimos en el credo que Jesús descendió a los infiernos. Quizá lo decimos para recordar que con su muerte rescató a muchos del infierno de los intocables.
En la pobreza de los últimos podemos ver la riqueza de Cristo. Escuchamos  esta canción de Taizé, y recordamos a todas personas a las que hoy no podemos abrazar, pero también a todos los que en el mundo son ignorados, porque nadie les ve.



Recitamos esta oración:

Cómo te veo Cristo mío,
después de sufrir tanto en la cruz.
Como te veo Cristo mío,
yacente en ese ataúd.
Ya descansa tu cuerpo herido,
después de una larga pasión.
te llevamos a enterrarte
traspasados de dolor.

Jesús, el intocable, se convierte en el accesible después de la resurrección. Durante toda su vida, los pobres se habían acercado a él, y él a los pobres. También a los discípulos. Pero en el sepulcro ya no lo pueden tocar. La resurrección cambia radicalmente esta situación. “Trae tu mano y métela en mi costado”, le dice Jesús a Santo Tomás. Al tocar de nuevo a Jesús, le reconoce como el Señor de la muerte y de la vida. La Eucaristía Pascual es el reconocimiento de que Jesús se hace presente, más vivo que nunca. Su presencia no hay que buscarla fuera, sino dentro, porque hemos comido su pan y bebido su vino, y nos hemos alimentado de su persona. Tan dentro está, que del intocable, descubrimos al Accesible, al que vive en mí, como la realidad más cierta. Y no solo en mí; también en los pobres, los hambrientos, los enfermos, los encarcelados… “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicistéis…”

LOS DISCÍPULOS ANTE EL SEPULCRO

En este sábado Santo, hemos contemplado a Jesús como el Ausente y el Intocable. Solo la Pascua le dará una presencia nueva y más radical y una accesibilidad más profunda.
¿Y a los discípulos? ¿Cómo los vemos en este día? ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos como discípulos de hoy?
Ya hemos hablado de Tomás, apodado el Mellizo. Lo vemos con dudas, porque es incapaz de descubrir el Cuerpo de Cristo Resucitado.

Los dispersos y decepcionados


Pero también vemos a los discípulos dispersos, en desbandada. Ya abandonaron a su maestro antes de la cruz. Sólo quedaron a sus pies María y Juan.
Otros discípulos se fueron de camino a Emaús, abandonando la comunidad de Jerusalén. Se daban cuenta de que allí ya no tenían nada que hacer. Si leemos atentamente el texto vemos cómo sus expectativas se habían roto:

“Lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace ya dos días que sucedió esto….” (Lc 24, 16-21)

Jesús había colmado las expectativas de algunos discípulos. Pensaban que liberaría a Israel del yugo romano. Pero la muerte les mostró el fracaso y abandonaron la comunidad.
¿Qué esperamos nosotros de Jesús?, ¿Te has sentido decepcionado alguna vez por él?, ¿cómo vives la fe cuando las cosas no te han salido como tu querías?, ¿qué has hecho cuando alguien de la Iglesia te ha decepcionado?
Cuando decimos que Jesús es nuestra esperanza, podemos confundirlo con el mago que nos soluciona la vida, con el líder que anula nuestras iniciativas, con la autoridad que suplanta nuestra personalidad. Si esperamos en Jesús de esta manera, nos decepcionará como decepcionó a los discípulos de Emaús.
También huían del resto de discípulos porque ellos ya no les servían para sacar adelante sus expectativas.
La esperanza cristiana no niega la dura realidad, sino que la interpreta de un modo nuevo, no elude las dificultades, sino que pasa por la cruz.
Cuantas personas pasan por nuestras comunidades, ilusionadas, pero cuando ven venir los enfrentamientos, las dificultades, se marchan huyendo como los discípulos de Emaús.
La comunidad cristiana se fortalece en la permanencia ante la cruz, negándose a rendirse cuando las cosas no salen como esperábamos. Eso es la esperanza: saber que el Padre no nos abandona, que de la cruz puede brotar la vida.

Recemos con el vídeo titulado “oración  para pedir esperanza”




Los miedosos


“Al anochecer de aquel día, el primer día de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos” (Jn 20, 19)

La muerte de Jesús trajo el miedo a la persecución. Quería ser una muerte ejemplar, para que todos sus seguidores se anduvieran con ojo.
El miedo es uno de los sentimientos primarios del ser humano: no se puede evitar, pero sí superar.
Hoy es un día para preguntarnos por nuestros miedos:
¿Qué miedos tengo?
¿Cuáles son las cosas que perturban mi alma?
Miedo al futuro, miedo en el trabajo, miedo a la enfermedad, miedo a lo que le pase a mi familia, miedo al fracaso, miedo al qué dirán, miedo a las consecuencias del coronavirus….
El miedo tiene una consecuencia inevitable: cerrar puertas.
Cerramos las puertas cuando alguien nos decepciona, cuando alguien se convierte en nuestro enemigo, cuando otros piensan distinto, cuando solo confiamos en los nuestros. Nuestro enemigo en estos momentos es el coronavirus, por eso estamos recluídos en nuestras casas.
Los discípulos viven en una comunidad cerrada, autocomplaciente, endogámica. Muchas de nuestras comunidades también viven así, cerrando puertas.



Reflexionemos sobre nuestra parroquia.
¿Somos una comunidad de puertas abiertas para los que vienen, especialmente para los más pobres?
El encuentro con Jesús libera nuestros miedos. Él rompe todas nuestras cadenas. Su luz nos ayuda a vivir en la intemperie de la vida.
Escuchamos esta canción de Luis Guitarra mientras le pedimos al Señor que abramos nuestras puertas al que es la Vida.



Rezamos ahora la siguiente oración:

Rompiste mis cadenas (San Agustín)

Dios mío, haz que yo evoque
el tiempo pasado de mi vida
para darte gracias
y reconozca tus misericordias
para conmigo.                                                                                   
Que mis huesos rebosen de tu amor
y digan: Señor, ¿quién semejante a ti?
Tú rompiste mis cadenas,
y yo te ofreceré un sacrificio de alabanza.
Por Cristo Jesús, hombre,
mediador entre Dios y los hombres,
que es sobre todas las cosas,
Dios bendito por los siglos.
                           
(San Agustín. Cf. VIII, 1,1; VII, 18, 34)

ORACIÓN FINAL

INTRODUCCIÓN

Hemos pasado un tiempo contemplando a Jesús y a sus discípulos en el Sepulcro. También nosotros nos hemos sentido discípulos, trayendo a nuestra vida todas las experiencias vividas en la noche.
En este año, queremos dar gracias a Dios por todas las experiencias que estamos viviendo en el encierro de nuestras casas. Pueden ser pequeños sepulcros, pero dentro de ellas hay mucha vida que está deseando de salir.
No podemos terminar esta meditación sin traer aquí una evidencia que lo cambió todo. La experiencia de muerte, encerramiento, dolor, enfermedad y miedo se cambiará por una luz abierta a la esperanza, la evidencia de que los sepulcros se abren para que surja la vida. Es la evidencia del sepulcro vacío que descubrieron unas cuantas mujeres al alba. Escuchemos el relato que resonará con fuerza esta noche en la Vigilia Pascual:

EVANGELIO Mt 28, 1-10
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
PASADO el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
«Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
«Alegraos».
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.
Jesús les dijo:
«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Palabra del Señor.

PARA LA MEDITACIÓN PERSONAL
- El ángel del Señor se apareció en medio del sepulcro. Dios aparece siempre cuando estamos viviendo los peores momentos. Viene a nuestros sepulcros. ¿Cómo he sentido el paso de Dios en todo este tiempo que llevo encerrado/a por la pandemia del COVID19?
- El ángel corre la piedra del sepulcro para que vean que está vacío y anuncia a las mujeres que Jesús no está en él, porque ha resucitado. ¿Qué losas tengo que retirar de mi vida para descubrir la vida a mi alrededor?
- De pronto se apareció Jesús. Ellas lo abrazaron y se alegraron. Jesús les pide a ellas y a sus discípulos que vuelvan a Galilea, el lugar donde empezó todo. Nosotros algún día tendremos que volver a la vida normal, a los trabajos y a la calle, al encuentro con las personas. ¿Nos ha servido este tiempo de confinamiento, de oscuridad para valorar más nuestra fe en Jesús, nuestra relación con los hermanos de nuestra parroquia y de nuestro mundo?


Después de un rato de silencio para meditar estas preguntas terminamos el retiro orando:

Quiero crecer en la esperanza.
Saber que siempre estás para escucharnos.
Saber que nunca nos abandonas.
Saber que tu amor es más grande que todo.
Saber que nos quieres de verdad.

Señor, haz crecer
la esperanza en mi corazón.
Que me confíe en ti,
para aprender a esperar.
Que sea paciente
y nunca baje los brazos.
Que viva la misericordia
para que mi corazón no sea de piedra

Dame mucha fe,
mucho amor
y mucha esperanza
para vivir.

Gracias, Señor.




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