viernes, 18 de diciembre de 2009

Con alma de pastores

“El ángel dijo a los pastores: -No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-11)

¿Qué tendrán los pastores que aparecen tantas veces en el Evangelio? El pastor en nuestra tierra suele ser un hombre con colores en las mejillas, de tanto darle el aire y el sol; curtido por el frío del invierno y el sol del verano.
¿Qué pensará el pastor durante tantas horas silenciosas en el campo? Debe ser un oficio duro, pero a la vez, debe tener algo que cautiva y engrandece el alma. Posiblemente no haya muchas profesiones en las que se guarde tanto silencio como en ésta. Ni tampoco habrá muchas en las que se esté tantas horas en contacto con la naturaleza (animales, campo). Ingredientes esenciales para abrirse al infinito, para abrirse a Dios.
Los pastores fueron los primeros en recibir el anuncio del nacimiento de Jesús. Y lo recibieron como una gran noticia, como una gran alegría, porque su alma estaba expectante, sus oídos estaban abiertos al misterio, a la contemplación.
¡Cuántas veces hemos escuchado este anuncio! ¡Cuántas veces ha caído en nosotros como un anuncio más! Tenemos la señal por todas partes: un niño envuelto en pañales. ¿Qué le pasa a esa señal que no enseña?
Los pastores supieron ver a Dios en ese niño. Y sus corazones se alegraron, quizá porque sabían que el pequeño iba a transformar sus vidas.
¡Qué gozo da saber que Dios está con nosotros para colmarnos de paz cuando estamos recomidos de odio! ¿No es eso un motivo de alegría?
Ese niño, se ha convertido para quienes lo siguen en la fuente inagotable de alegría, porque en él reconocemos la fuerza para compartir en medio de un mundo egoísta; la fuente del perdón en un mundo enfrentado…
Si estamos perdidos, él es el camino a seguir. Si estamos confusos, él es la fuente de la verdad. Si la muerte nos atenaza, él nos regala la vida.
Posiblemente no acertamos con las palabras para explicarlo, pero con ese Niño-Dios, nace en nosotros una alegría desbordante. Sólo se siente si nos acercamos al misterio. Los pastores lo sintieron mejor que nadie. Ojalá en esta Navidad nos acerquemos al Niño con alma de pastores.


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