Dice un refrán popular que el que espera desespera y razón lleva, pues cuando anhelas algo con todas tus fuerzas, el tiempo parece detenerse y los días se hacen eternos. Eso va a ser que no sabemos esperar. Estamos acostumbrados a lo inmediato, al momento, a vivir el presente casi sin planes de futuro, porque ¿quién quiere hacer planes si te los pueden cambiar el día menos pensado?.
Imaginad a María, aquella adolescente de Nazaret, que recibe el anuncio de que va a ser madre del Hijo de Dios. ¿Quién era ella para recibir esa misión?. Pero sin embargo dijo que sí, aceptó la voluntad del Padre y esperó. ¡Cómo preparan las madres la venida de una nueva criatura, con qué cariño, con qué mimo!. Pero María no pudo ofrecerle ni un techo seguro donde cobijarse, ni tan siquiera lugar en una posada, sin embargo, el pesebre fue la mejor cuna y los animales del establo la mejor calefacción, porque Dios no necesita nada.
María sabía la misión para la que había venido al mundo su Hijo, ya se lo anunció el anciano Simeón, “este está puesto para que muchos caigan y se levanten, será signo de contradicción, luz para alumbrar a las naciones”. El adviento, la espera de María, duró lo mismo que la llamada vida oculta de Jesús, treinta años que van desde la huída a Egipto, donde la Sagrada Familia se convierte en emigrante forzoso, hasta el momento en el que durante una boda en Caná Cristo manifiesta su poder con el primero de sus milagros.
De todos esos años los evangelios sólo nos cuentan que Jesús iba creciendo y María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Esa es Nuestra Señora del Adviento, María en la espera, María del tesoro de lo cotidiano, María del día a día, que nos enseña a saber esperar sin perder la esperanza, a mirar a nuestro interior, a tener siempre presente la Buena Noticia, para poder, como Ella, estar siempre atentos a las necesidades de los demás “les falta vino” y seguir los pasos de Jesús, que aún pasando por la cruz, quien sabe esperar y confía, puede como María encontrarlo también en la mañana de Resurrección, pues la esperanza debe ser siempre nuestra mejor compañía.
La Vidriera
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martes, 8 de diciembre de 2009
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