En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: - Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: - ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo: - Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
(Jn 6, 51-58)
El pan es un alimento necesario para la vida, en toda buena mesa nunca debe faltar el pan. Danos hoy nuestro pan de cada día pedimos en el padrenuestro, Jesús nos dice que Él es el pan vivo, por lo tanto pidiendo el pan rogamos que Dios nos acompañe en cada jornada.
Tenemos experiencia de saciar nuestro hambre, pero ¿realmente saciamos el hambre de Dios, o sólo nos conformamos con prever que no nos falte de nada?.
Al celebrar la fiesta del Corpus Christi, al recordar que Cristo quiso permanecer en el sacramento de la Eucaristía, debemos reflexionar sobre cómo vivimos este sacramento. ¿Es una práctica rutinaria?, ¿vamos cada domingo a misa por tradición? ¿somos conscientes de lo que celebramos?
La Eucaristía no acaba en el interior del templo, allí sólo comienza. Jesús nos dice “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”, por eso que nuestra vida siempre sea una manifestación de la presencia de Dios que habita en nuestro interior.
lunes, 27 de junio de 2011
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