Durante varios siglos la comunidad cristiana mantuvo con naturalidad la costumbre de recibir el Pan eucarístico en la mano. El más famoso de estos testimonios es el documento de san Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV, que en sus catequesis sobre la Eucaristía nos describe cómo se acercaban los cristianos a la comunión: “Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no te acerques con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén...”
El paso a recibir el Cuerpo del Señor en la boca no se hizo por decreto ni uniformemente: - En algunos lugares a lo largo de los siglos VII-VIII ya se empezó a pensar que las mujeres era mejor que no recibieran la comunión en la mano directamente, sino que usaran un paño limpio sobre la misma.
- Puede ser que en algunas zonas influyera el miedo de profanaciones de la Eucaristía por parte de los herejes; otros pensaron que la nueva forma de comulgar ponía más de manifiesto el respeto y la veneración a la Eucaristía.
- Pero sobre todo parece que la razón de la evolución fue la nueva sensibilidad en torno al papel de los ministros ordenados, en contraste con los simples fieles; se fue acentuando la valoración de los sacerdotes y paralelamente el alejamiento de los laicos: estos ya en el siglo IX (que es cuando más decididamente se cambió el rito de la comunión) no entendían el latín, el altar ya estaba de espaldas, el pan se convirtió en pan ácimo, ya no participaban en el Cáliz... De ahí a considerar que las únicas manos que podían tocar la Eucaristía eran las sacerdotales no hubo más que un paso.
Son varios, sin embargo los motivos que han llevado a muchos a preferir la comunión recibida en la mano:
- Parece un modo más natural de realizar el rito; es más normal depositar lo que se ofrece en la mano que en la boca.
- Es más delicado y más respetuoso con la persona que va a comulgar, que así tiene también una intervención más activa en la comunión: la recibe del ministro eclesial, pero a la vez es él que “se comulga”a si mismo.
- Recibirla en la boca expresa bien que “recibimos” la Eucaristía por mediación de la Iglesia, pero hace menos transparente nuestra intervención activa en el rito. Es más fácil del diálogo que acompaña al gesto: “Cuerpo de Cristo”, “Amén”: no se dice mientras se tiene que abrir la boca, sino mientras se recibe en la mano. Expresa más claramente la dignidad del cristiano laico: por el Bautismo todos formamos parte del pueblo sacerdotal, todos somos hijos y hermanos de la familia de la Iglesia.
Ante Dios, nuestra postura es la del que pide y recibe confiadamente. Y la Comunión del Cuerpo de Cristo es el mejor Don gratuito que recibimos a través del ministerio de la Iglesia. Esa mano extendida habla claramente de nuestra fe y de nuestra postura interior de comunión.
1 comentario:
Muchas gracias por todo.
Mercedes
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