La hermana Victoria nos ha hablado en la homilía del domingo de su vivencia en África y ha habido un momento en que las lágrimas se me escapaban al escuchar que las niñas en su poblado no estudian, se quedan en casa cuidando de sus hermanos y se encargan de ir a buscar el agua con garrafas pesadas, con el peligro y la realidad, de ser violadas durante el trayecto.
¡Qué dolor he sentido como madre de una niña de 10 años!
Estamos en el año 2016, siglo XXI y la mujer sigue ocupando un lugar degradado en la sociedad. Y ¿yo qué hago al respecto?
Una fuerza interior me ha llevado a hablar con esta religiosa, que tan amablemente ha accedido a dedicarme una hora de su tiempo, donde la he bombardeado a preguntas. Me ha mostrado fotos y videos de su querido poblado y… todo eran sonrisas, alegrías, bailes, escuelas, hospital, trabajo en equipo, serenidad… Porque hay gente, mucha gente en el mundo, que es feliz con lo que tiene, siendo sabedores de que algunos de sus 6-7 hijos morirá antes de cumplir los cinco años o con la picadura de una víbora cuando van a bañarse al río, pero eso es parte de su vida y siguen luchando por dar unos estudios a sus hijos, llevar comida cada día a casa y ganarse algún dólar extra por la venta de alguna fruta o verdura.
Victoria me cuenta que con la gente de allí preparan proyectos que reparten a todas las organizaciones posibles, porque la ayuda exterior es imprescindible para mejorar la calidad de vida y paliar la gran hambruna del país. Sonríe al mostrarme el colegio que han construido con el proyecto de Manos Unidas. Sí, el dinero sí llega y es bien administrado.
¿Podré yo acordarme de esas niñas cuando el 14 de febrero pidan mi colaboración económica para Manos Unidas? Y ¿si mi hija hubiera nacido en Congo?
Celeste
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