¿Quién no ha experimentado alguna vez la alegría de un reencuentro? Cuando hace mucho tiempo que no ves a un amigo que vive lejos, o te encuentras por la calle con esa persona que significó tanto para ti durante algún momento pasado de tu vida, sientes una experiencia muy agradable que te deja durante un tiempo un grato recuerdo y una sonrisa de oreja a oreja.
¿Y qué pasaría si de pronto nos encontrásemos con una persona que ya no está entre nosotros porque ha muerto?, ¿Cuál sería nuestra reacción? Quizás sentiríamos miedo o no nos lo acabaríamos de creer, ¡quién sabe!, pero seguro que después de que nuestros sentidos humanos reaccionaran y la razón llegase a entender que la resurrección es posible, sin duda que la alegría que experimentásemos sería infinita.
Pues Jesús resucitó, ya se lo había anunciado a sus apóstoles pero éstos estaban “asustados y con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. En esos momentos de angustia, de incertidumbre, de desaliento, las promesas se olvidan y sólo vienen a la mente los últimos momentos de tormento y agonía.
Tal y como nos narran los evangelios de Pascua, Jesús fue apareciéndose a diferentes personas tras la Resurrección. A María Magdalena, a Pedro, a los Apóstoles, a los Apóstoles cuando estaba Tomás, a los discípulos de Emaús,... Y en estas apariciones hay un elemento común, la alegría. La Magdalena y las mujeres corren a contárselo a los Apóstoles, éstos también se lo cuentan al incrédulo de Tomás, y los caminantes de Emaús sienten cómo les arde el corazón mientras van de camino, junto a aquel Peregrino desconocido.
Ser cristiano significa ser seguidor de Cristo y no tenemos que quedarnos en esa imagen de un hombre joven, demacrado por el sufrimiento, cuyo cuerpo pende de una Cruz. El verdadero cristiano descubre la alegría del Resucitado, de aquel que alienta a los suyos diciendo “paz a vosotros”, es decir, calma para los problemas, tranquilidad para llevar la vida. Un Jesús que se sigue haciendo el encontradizo entre los más sencillos y en los gestos más simples, ya que por algo quiso que se le recordara al partir el pan, que cada día ganamos con nuestro trabajo y compartimos con nuestra familia.
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