Estamos en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, esos cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, antes de empezar su vida pública, y que a nosotros nos sirven como preparación para la Pascua. Pero ¿qué preparamos?, el capuchón, las torrijas, el hornazo, la silla para ver las procesiones..., ¿Y para nosotros?, ¿nos dedicamos algún tiempo para prepararnos?
La Cuaresma comienza con una invitación, al imponernos la ceniza se nos dice “conviértete y cree en el Evangelio”. La Palabra de Dios es la que nos tiene que servir de guía para hacer un análisis de nuestro interior, un mirar hacia dentro para luego poder ver hacia afuera, porque para vivir la Pascua antes hay que entenderla.
Jesús nos invita a la humildad, a despojarnos de las riquezas, los fanatismos y el poder, esas tres tentaciones que le hace el diablo en el desierto y que para nosotros son tan comunes en nuestro día a día. Jesús se nos muestra en lo sencillo, dice que nuestro ayuno, nuestra oración y nuestra penitencia sea en lo escondido, allí donde el Padre todo lo ve. ¡Y cuánto nos cuesta darnos cuenta y que duro es nuestro corazón para poder cambiar!
Pero para Dios nada hay imposible y cada año se nos sigue mostrando como “un hombre cualquiera, que se rebaja hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz”. A Dios no le gusta lo ostentoso, entró en Jerusalén en un burro y murió como un malhechor, quiso que le recordásemos en el pan nuestro de cada día y en el detalle de partir ese pan con quien tenemos al lado. Jesús no evita el sufrimiento, sino que se pone en las manos del Padre para que se cumpla su voluntad, pues al final tiene una misión que cumplir, la de servir a todos los seres humanos, lavar los pies a todas aquellas personas que se aferran al polvo del camino, que tienen heridas abiertas y que necesitan de la misericordia de Dios.
Hagamos de esta Cuaresma un camino de humildad, un momento en el que descubramos nuestras debilidades, nuestras actitudes contradictorias, nuestras conductas relajadas que evitan el compromiso, para realmente convertirnos a la luz de la Palabra, con el fin de poder vivir la Pascua como un momento de renovación de nuestras vidas.
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