jueves, 9 de abril de 2020

Retiro: Jueves Santo


Preparado por María Jesús Batalla


ESTOY ENTRE VOSOTROS COMO EL QUE SIRVE

Este año vivimos una Semana Santa especial. No vamos a poder vernos en persona, pero vamos a poder sentir el calor de Jesús y los hermanos a nuestro lado. Vamos a vivir los momentos más importantes del año litúrgico para los cristianos, la entrega de JESÚS por AMOR INCONDICIONAL, para salvarnos.

Hoy es JUEVES SANTO, día del AMOR FRATERNO, DEL SACERDOCIO Y DE LA EUCARISTÍA.

Podemos ver un vídeo para centrarnos en este momento.



Antes de morir Jesús nos deja su testamento y nos invita a ser sus herederos. Pero, a diferencia de lo que suele pasar con las herencias, en este caso no recibimos algo, sino que somos invitados a poner todo lo que somos y tenemos, para vivir según el ejemplo de nuestro maestro.

El texto en el que Jesús lava los pies a sus discípulos resume las enseñanzas del Señor y nos ayuda a repensar nuestra fe y como vivirla para ser fieles a su proyecto. Introdúcete en el texto, imagina que eres uno de los apóstoles, estás allí en el cenáculo con Jesús y lo estás viviendo en primera persona.


“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban ene. Mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: Señor, ¿lavarme los pies tú mí? Jesús le replicó: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: No todos estáis limpios.)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros lo ponéis en práctica.” Jn 13,1-17

Este gesto simbólico del lavatorio de los pies significa la vida y la muerte de Jesús. Desde el inicio de su vida pública, Jesús se ha dedicado a servir a los demás, a acogerles, a darles esperanza... y quiere que nosotros pongamos en práctica esta enseñanza. El amor se enseña a través del ejemplo y no sólo por medio de la palabra.

En estos días estamos viendo a mucha gente que está al servicio de los demás, que se están poniendo en peligro para ayudar al prójimo, en muchos casos para curarles y salvarles la vida. Ellos, sean creyentes o no, están haciendo lo que Jesús nos dijo que hiciéramos en el momento del lavatorio.
Nos decía en Papa Francisco en su homilía del Domingo de Ramos:
“Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. [......]El camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva, nos salva la vida”.

REFLEXIONAMOS

¿Cómo me siento este momento en el que todos debemos estar al servicio de los demás, el que no soy yo, sino que somos nosotros?
¿Cómo vivo en casa este servicio? ¿A quiénes sirvo? ¿Quiénes me sirven?
¿Qué es lo que más me cuesta a la hora de servir a otros?
¿Sigo el ejemplo de Jesús y pongo mi vida al servicio de los demás?
Piensa en las personas que hoy nos están sirviendo desde sus lugares de trabajo para que nosotros podamos estar en casa. Ponlas en manos de Dios y agradécele la labor que están haciendo.



El lavatorio va mucho más allá del gesto del servicio de Jesús a sus apóstoles. El lavatorio puede ser identificado con el bautismo, por eso Jesús dice: “Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.” El que ha sido bautizado ha quedado limpio y se ha adherido a la persona de Jesús. Pero nuestra vida está llena de obstáculos, de piedras que nos hacer caer y nos vamos manchando. Para sentarnos a la mesa del Señor, hemos de estar limpios, por eso Jesús tiene que lavarnos los pies, curarnos las heridas de nuestras caídas.

Piensa en tu vida. Ha sido un caminar constante, camino hacia los demás, hacia la conversión, hacia Jesús. Ahora tienes un momento. Piensa en lo que ha sido. Los momentos felices y los que no lo han sido tanto. En los que te has acercado o alejado de los demás. Sabes que eres pecador, pero también que Jesús tiene el agua te limpia y que hará que no vuelvas a tener sed.

REFLEXIONAMOS

¿Cómo tengo hoy los pies?
¿Qué es lo que tengo hoy que lavar en mi vida?
¿Qué voy a hacer para intentar no volver a mancharme?

ORAMOS

Señor, dame hambre de tu pan
y la voz de un niño para reclamarlo,
y las manos de un mendigo al retenerlo,
y un abismo de ternura al recibirlo.
Señor, dame hambre de tu pan,
dame hambre de Ti,
de tu Palabra, de tu amor...
Señor, dame sed de tu mirar
y la voz de un niño al pedir agua,
la vasija de un mendigo al retenerla
y un pozo en el desierto de mi alma.
Señor, dame la sed de tu mirar:
no la que abrasa tierras y gargantas,
sino ansia de tu Nombre,
de buscar en tu Palabra,
de saber que Tú me amaste primero.

Ser cristiano es imitar a Jesús en un amor que tiene que manifestarse siempre en el servicio a todos los hombres.



INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA. JESÚS SE PARTE Y SE REPARTE



Estamos con Jesús en el cenáculo. Recordamos que el cenáculo es el lugar donde compartir las fiestas, las tradiciones, estrechar lazos con los tuyos. Un espacio en el que celebrar, pero no de una manera rutinaria, sino poniendo toda tu vida en la celebración. Eso es lo que hace Jesús con los suyos y lo que nos invita a hacer a nosotros hoy, celebrar la fiesta de la Eucaristía. Soy uno de los apóstoles y estoy sentado con Él a su mesa, Jesús me ha invitado a compartir con Él este momento, que suerte que me considere uno de los suyos, de los más próximos a Él.

“Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Y cogiendo una copa pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.” (Mt 26,26-29)

En estos días, en los que no podemos salir de casa, echamos de menos el espacio celebrativo de la Eucaristía, el encontrarnos con la gente de la parroquia, el poder saludar al que se sienta a nuestro lado, esa mirada cómplice con alguno, la charla a la salida, el preguntarnos como nos encontramos... es cierto, pero esto pasará y nos volveremos a encontrar y a celebrar como se merece la fiesta del domingo. A pesar de todo, gracias a la radio o a la televisión nos sentimos unidos unos a otros como pueblo de Dios y hoy también, desde nuestra casa, nos unimos al resto de la parroquia para celebrar esa unión con Jesús y con los hermanos, ese hacerse presente Jesús en nuestras vidas.
Dios nos dio el don más grande al darse a sí mismo. Se dio en la encarnación, se entregó en la cruz y perpetúa la entrega en el sacramento de la Eucaristía.
Jesús se parte y se reparte en la Eucaristía.

REFLEXIONAMOS
¿Soy capaz de darme a los demás, de manera gratuita como lo hizo Jesús?
¿Con quien comparto los dones que he recibido?
¿Soy capaz de darme a los más alejados?
¿Cuándo asisto a misa, voy a encontrarme con Cristo o voy a cumplir con la obligación de la misa dominical?
¿Cómo llevo el mensaje eucarístico a los demás, a los cercanos y a los lejanos?
¿Cómo vivo mi relación con Él en mi familia, mi trabajo, con mis amigos (as)…?



En otro momento de la Cena: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos. Él le contestó, Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte. Jesús le replicó: Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.”
Lc 22, 31-34.

No es buena voluntad lo que le falta a Pedro. Siempre impulsivo, siempre dispuesto, siempre presto a dar una respuesta inmediata, dejar las redes, seguirle, gritar con la boca bien grande: “yo no te fallaré”, “estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte”. En la noche del juicio, tras negarle tres veces, a Pedro le toca comprender de golpe dos lecciones tremendas: Primero, él mismo, no es el gran héroe que soñó. No es el “mejor” ni el “más grande” de los discípulos. Es débil, frágil, limitado, asustadizo… hasta la traición del amigo. Es la flaqueza la que nos abre a otros. Segundo, a partir de estos momentos, menos grandes palabras y más hechos sencillos.

REFLEXIONAMOS
¿He experimentado la propia limitación, fragilidad, miseria… hasta el punto de poder comprender las flaquezas ajenas?
¿Qué me da miedo en el seguimiento de Jesús?
¿Cuál es la relación entre mis palabras y mis hechos?



GESTO

Puedes dibujar un corazón y poner en él el nombre de aquellas personas con las que te gustaría compartir estos días y no los puedes tener a tu lado y presentárselos a Jesús para que los cuide y los proteja.


ORAMOS

Nadie tiene más amor que
quien da la vida por los amigos.
¡Cómo vibra hoy mi corazón
ante tus palabras, Señor!
Es verdad que te entregas
al límite, al máximo,
sin guardarte nada: nos das
la vida, pero también nos regalas
con ella tu relación con el Padre,
tu misterio trinitario, tus sueños,
tu proyecto, tu Reino.
Sabías que no íbamos a saber apreciar
el tesoro que nos dejabas,
pero era todo lo que tenías:             
 tu presencia constante,
tu Cuerpo y tu Sangre que se entrega
no sólo en un momento de valentía,
sino para siempre.
Y nos llamas amigos.               
Con tu Palabra nos haces amigos.
Nos recreas y nos desvelas
lo mejor de nosotros mismos:
la amistad contigo.
Que sepa valorar siempre
el misterio de tu entrega permanente.
Que sea consciente
de tu amor que no se acaba,
que es fuente inagotable
que me llama a empapar
de ella mi vida para poder
ofrecer también yo esa amistad
gratuita, generosa, fiel y sincera.
Ante la Eucaristía, quiero, Señor,
repetir una y mil veces: ¡Gracias!
O tal vez, quedarme en silencio,
dejando que el corazón exprese
lo que mis labios no son capaces
de traducir a palabras.
¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!
¡Amor! ¡Entrega! ¡Comunión!
Gracias.

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