viernes, 28 de junio de 2019

Evangelio del Domingo


Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
«Te seguiré adondequiera que vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
A otro le dijo:
«Sígueme».
El respondió:
«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».
Le contestó:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».
Otro le dijo:
«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».
Jesús le contestó:
«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Lc 9,51-62


La idea de seguir a Jesús nos hace pensar en la vocación. Todos somos llamados por Jesús a seguirle.  Es cierto que sólo a algunos se les invita a cambiar de estilo de vida, a asumir una nueva forma de vida en la Iglesia con respecto a la que tenían.

En el Evangelio de hoy parece que Jesús pone las cosas difíciles a los que quieren seguirlo. A uno le promete vivir en la más total de las pobrezas, a otro le pide que abandone a su familia sin siquiera enterrar a su padre (para los judíos enterrar a los muertos es uno de los más sagrados deberes), a otro le impide incluso despedirse de su familia. La llamada de Jesús es una llamada radical que descoloca a las personas de su vida para ponerlas al servicio del Reino.

El Reino es lo absolutamente contrario a la esclavitud. El Reino de Dios es el reino de la libertad. Vivir al servicio del Reino significa asumir radicalmente la libertad que Dios nos ha concedido en Cristo. Asumirla con sus riesgos y asumirla responsablemente. Entrar en el Reino es madurar como personas. Los hijos de Dios no tienen más vocación que la libertad. Y ahí no se pueden hacer concesiones. No hay que volverse a mirar el tiempo en que fuimos esclavos, no hay que preocuparse siquiera de enterrar lo que abandonamos. Nuestra vocación nos llama a crecer en libertad. No es fácil vivir en libertad y asumirla responsablemente. Es un camino duro, como el de Jesús, en subida hacia Jerusalén. Supone renunciar a muchas seguridades. Pero ahí es donde nos quiere Dios.

Claro que es una libertad atemperada en la relación por el amor. Somos libres para amar con todo el corazón. Somos libres desde la verdad más verdadera de nuestras vidas: todos somos hermanos y hermanas en Jesús. Somos libres para tomar las decisiones que nos lleven a amar y respetar la vida en su integridad, la propia y la de los demás. Somos libres para defender la vida frente a todas las amenazas. Somos libres para vivir en solidaridad con toda la creación. Seguir a Jesús para el cristiano significa madurar en libertad, dejar de ser esclavo de las normas y ser agente activo en la construcción de un mundo más justo, más hermano y más libre.

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