Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.
COMENTARIO
Dice el diccionario de la RAE que la palabra “justificar”, cuando se aplica a Dios, significa hacer justo a alguien, dándole la gracia.
Todos tenemos que justificar muchas cosas. El estudiante tiene que justificar a diario que ha hecho los deberes o ha estudiado. El trabajador, tiene que justificar su trabajo en las horas acordadas….
Y ante Dios ¿cómo podemos justificarnos? Nos dice también el evangelio que “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Efectivamente, podemos conocer a la gente por sus obras. Pero eso no es lo que nos justifica ante Dios. No nos sirve de nada ponernos delante de Dios para decirle una buena lista de cosas que hemos hecho bien. Hacer una lista así, no sirve más que para alimentar nuestro ego, como el fariseo. Dios nos ama porque somos sus hijos, independientemente de lo que hagamos. Un padre y una madre aman así. El amor de Dios es aún mayor. Desea que le amemos también, nos invita a que amemos al prójimo, según nos decía el evangelio de ayer. Por eso nos justifica el amor. Y cuando uno ama de verdad tendrá obras magnificas, pero ni las tendrá en cuenta, ni le importarán. Por eso decía Santa Teresa que ya solo en amar es mi ejercicio. Y cuando no amamos lo suficiente, seremos como el publicano de la parábola de hoy; nos sentiremos pequeños y pecadores, necesitados del perdón y de la misericordia del Padre. Sin duda, en nuestro interior conviven un fariseo y un publicano. A veces hay altercados entre ellos. Que cada día nos sintamos más libres de nuestras “buenas obras” y nos dediquemos a amar. Feliz jornada
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