jueves, 3 de noviembre de 2011

Evangelio del Domingo

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.» 
Mt 25, 1-13 

La parábola de las diez muchachas esperando la venida del esposo incide sobre la actitud propia del cristiano en el tiempo intermedio entre la resurrección de Jesús y su vuelta al fin de los tiempos. Los primeros cristianos la creyeron próxima, incluso inminente; de ahí su desazón al comprobar que se retrasaba. La parábola propone como única actitud válida una fidelidad en tensión amorosa y a la espera. Lo que procede no es abandonarse sino vigilar. Vigilancia que no es pasividad, sino acción personal y construcción comunitaria.
Podemos hacer una identificación en el reparto de papeles: El banquete de bodas es el reino de Dios; el esposo, cuya venida se espera, es Cristo; el retraso del novio es la demora de la venida del Señor; las diez doncellas del cortejo son la comunidad que aguarda; la llegada repentina a medianoche es la hora imprevisible de Dios; la admisión o rechazo de las muchachas es la sentencia favorable o desfavorable en el juicio final.

B. Caballero

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