jueves, 31 de diciembre de 2020

Evangelio: Santa María, Madre del Señor


SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

PRIMERA LECTURA Núm 6. 22-27

Lectura del libro de los Números.

EL Señor habló a Moisés:
«Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 (R/.: 2a)

R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.
V/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.
V/. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.
V/. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

SEGUNDA LECTURA Gál 4, 4-7

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas

HERMANOS:
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial.
Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios.

Aleluya Heb 1, 1-2

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. En muchas ocasiones habló Dios
antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R/.

EVANGELIO Lc 2, 16-21

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

En este día de año nuevo tenemos deseos de renovar nuestra vida. Podemos empezar por las sugerencias que la Iglesia nos hace en este día, junto con las lecturas de hoy:
1- La Iglesia celebra el día de la paz
En este primer día nos imaginamos a Jesús diciéndonos “paz a vosotros”. Hay que aceptar el regalo que nos hace, porque sin él nuestra vida no soporta las tensiones rutinarias, los conflictos que son inevitables, los enfrentamientos humanos. Pero la paz hay que trabajarla, primero en nosotros; después en nuestro mundo más próximo. No se puede conseguir la paz si no ponemos las bases para que no haya injusticias o desigualdades. Que el Señor nos conceda este don para caminar por las sendas que nos conducen a la paz.
2- Bendición
“El Señor te bendiga y te proteja”. Así comienza la fórmula de bendición de la primera lectura. Cuando Dios nos bendice todo cambia. El nos ha bendecido en la persona de Cristo. Se ha volcado en nosotros haciéndonos sus hijos gracias a que Jesús se nos ha dado. Esa es la mayor bendición: poderle conocer. A veces pensamos que la bendición y la protección es meternos en una especie de burbuja para que no nos pase nada. Si fuera así, no estaríamos viviendo en la tierra, sino en el cielo. Pero tenemos que vivir en la tierra, y nos encontramos con virus que nos amenazan, con calamidades que no deseamos, con contratiempos que nos desequilibran. A pesar de ello, Dios nos sigue bendiciendo porque nos permite conocer su intimidad, descubrir su camino, su persona, en la misma persona de su Hijo. De esa manera nos hace hijos, como nos dice la segunda lectura. Esa es la mayor bendición que podemos recibir: pertenecer a la familia de Dios. Eso nos hace honorables, nos engrandece. ¿Somos conscientes?
3- Madre de Dios
Lo primero que se puede decir de María es que es madre. La principal tarea de la naturaleza es la de engendrar vida. Pero María ha engendrado al que es la Vida. Por eso decimos que es la Madre de Dios.
La maternidad de María es igual a la maternidad de cualquier mujer, porque da a luz al ser humano Jesús. Pero difiere de la maternidad de cualquier mujer porque ha engendrado al Hijo del Altísimo. El fruto de su vientre es único, porque es el Hijo de Dios. Si todos nosotros hemos sido bendecidos por Dios como hijos, María ha sido bendecida como Madre. Por tanto, ha sido colmada como la portadora de Dios, la que nos trae a Jesús en su vientre.
María es Madre de la Iglesia, porque ella estuvo desde sus orígenes el día de Pentecostés. También podemos decir que es madre nuestra, porque todos formamos parte de la misma Iglesia, porque Jesús nos la dio como Madre desde la cruz.
4- Contar y guardar
El evangelio de hoy nos presenta a las figuras de los pastores que fueron al portal y vieron, y escucharon. Después contaron a todos lo que habían visto y oído. Los creyentes hemos de ser contadores de los que vemos, de la Palabra que oímos. Cuando descubrimos a Jesús en los hechos cotidianos de nuestro vivir, hemos de proclamarlo a los cuatro vientos para que nos oigan: Jesús está en las personas que con paciencia cuidan a sus mayores, en los padres que acompañan la vida de sus hijos; en la mujer que da todo lo que tiene para ayudar a los pobres; en el anciano que diariamente cuida de sus nietos; en el cooperante que trabaja por el desarrollo de los pueblos; en el orante que siente la presencia de Cristo en la oración…. Todo tiene que ser contado.
Pero para contar hay que saber escuchar, saber interiorizar, como María, que guarda todo lo que escucha y contempla de su Hijo. Si no guardamos lo importante corremos el riesgo de ser desmemoriados. Dios ha estado grande con nosotros. Pero si lo olvidamos, nos vamos separando de él, porque llenamos nuestro corazón con otras cosas. María, enséñanos a interiorizar las cosas de tu Hijo. Solo así pueden ser contadas. FELIZ AÑO NUEVO

sábado, 26 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

PRIMERA LECTURA Gén 15, 1-6; 21,1-3

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, el Señor dirigió a Abrán, en una visión, la siguiente palabra:
«No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante».
Abrán contestó:
«Señor Dios, ¿qué me vas a dar si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?».
Abrán añadió:
«No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará».
Pero el Señor le dirigió esta palabra:
«No te heredará ese, sino que uno salido de tus entrañas será tu heredero».
Luego lo sacó afuera y le dijo:
«Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas».
Y añadió:
«Así será tu descendencia».
Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia.
El Señor visitó a Sara, como había dicho. El Señor cumplió con Sara lo que le había prometido. Sara concibió y dio a Abrahán un hijo en su vejez, en el plazo que Dios le había anunciado. Abrahán llamó Isaac al hijo que le había nacido, el que le había dado Sara.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 104, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 (R/.: 7a. 8a)

R/. El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente.

V/. Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

V/. Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

V/. Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido! R/.

V/. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

SEGUNDA LECTURA Heb 11, 8. 11-12. 17-19

Lectura de la carta a los Hebreos.

HERMANOS:
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo vigor para concebir cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.

Palabra de Dios.

Aleluya Heb 1,1-2

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. En muchas ocasiones habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R/.

EVANGELIO Lc 2, 22-40

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

CUANDO se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.



HOMILÍA

Hoy es el día de la Sagrada Familia. Recordamos a la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Les contemplamos en un acto cotidiano de la vida de fe del Pueblo de Israel; presentan al niño en el Templo, después de cumplirse los cuarenta días de purificación prescritos después del parto de toda mujer.
1. Simeón y Ana
El Evangelio de hoy nos habla de estos dos personajes que estaban en torno al templo de Jerusalén: Simeón, un anciano sacerdote, lleno de Espiritu Santo, y Ana una viuda profetisa que pasaba los días orando en el templo. Estos dos ancianos piadosos nos ayudan a pensar en nuestros mayores de hoy. Llevan todo el año viviendo una experiencia muy dura de soledad provocada por la pandemia. A su edad necesitan sentir el cariño y el afecto de los suyos. Y sin embargo tienen que sufrir el aislamiento impuesto, muchas veces sin comprenderlo muy bien. Tenemos una deuda como sociedad con ellos, pues han sido los que más han sufrido las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Hemos de pensar en estos momentos cómo compensarles por todo lo que han sufrido, tanto individualmente como socialmente.
2- Ofrecerse al Señor
La presentación en el templo era un momento especial para todas las familias judías que ofrecían a sus hijos a Dios.
También nosotros podemos hacer de la vida que Dios nos ha regalado un ofrecimiento al Señor. Ofrecernos para ser instrumentos de su voluntad, para ser colaboradores de su proyecto, para dejar que su Reino se materialice en mi vida. La oración franciscana “haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz”, refleja muy bien este gesto de la presentación en el templo.
En la fiesta de la sagrada familia conviene recordar que los discípulos de Jesús estamos llamados a superar los lazos de sangre para formar la gran familia de los hijos de Dios. Qué duda cabe que estos lazos sanguíneos nos mueven internamente; en la familia los niños crecen en libertad y armonía; los padres crecen en un amor maduro y entregado. Pero a la vez estamos llamados a ofrecernos a Dios para perseguir la fraternidad fuera de los límites de la familia biológica. La comunidad de hermanos complementa a la iglesia doméstica, más pequeña y reducida. En el mundo de hoy, donde se valora mucho la libertad individual, a veces se puede perder la perspectiva de la vida comunitaria como un medio para la entrega a Dios, como una forma de hacer realidad el Reino. Por seguir con la oración franciscana anteriormente citada, podríamos decir que la familia comunitaria puede ser un instrumento para que sus miembros aprendan a poner paz en medio de las divisiones, amor, en medio de las guerras y enfrentamientos, perdón cuando las ofensas nos acosen. Deberíamos revisar nuestras parroquias cada día para descubrir hasta qué punto son escuelas donde se viva este ofrecimiento al Señor en los gestos más cotidianos.
3- Mis ojos han visto a tu Salvador
Es conmovedora la oración de Simeón que nos cita el evangelio de Lucas: “ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”.
Un anciano que lleva toda su vida esperando para ver al Salvador. Al final de sus días se le ha presentado la oportunidad. Nosotros somos tan impacientes que queremos ver enseguida. No nos damos cuenta que para mirar a la Luz, hay que acostumbrarse a la luz. Cuando estamos en una habitación oscura y salimos a la luz del día, hemos de acostumbrar la vista a tanta claridad. A veces tardamos una vida enterar en ver la luz. La paciencia es una virtud importante en el camino de la fe. Quien busca encuentra. El que sabe esperar con esperanza, tiene garantizada la visión del Salvador. A veces miramos sin ver, porque no somos conscientes del valor de lo cotidiano hasta que lo perdemos. Todas las familias tienen una convivencia cotidiana un tanto farragosa. La realidad es siempre así, pesada, lastimosa. Solo quien busca transcender su pobre realidad, puede encontrar en su pobreza la fuente de la riqueza, el don de ver al Salvador. Jesús se encuentra en los establos olvidados, en las Galileas alejadas, en las familias que tratan de superar sus múltiples dificultades, en los pecadores arrepentidos, en los que resisten contra viento y marea. ¡Cuántas familias viven con resignación los caminos torcidos de algún hijo rebelde! ¡Cuántos esposos esperan un cambio de las actitudes equivocadas de su pareja! No se trata de ser un resignado sometido. Se trata de mantener una esperanza activa para hacer realidad los deseos del que nos salva en lo cotidiano de la vida. Si perdemos la esperanza, nos invade la amargura. Esto vale para las familias, pero también para las comunidades de nuestras parroquias, para nuestra Iglesia, que siempre está sumergida en dificultades y problemas de toda índole. Que la Sagrada Familia nos conceda ver la Luz del Salvador.

viernes, 25 de diciembre de 2020

jueves, 24 de diciembre de 2020

Evangelio: Natividad del Señor


NATIVIDAD DEL SEÑOR

PRIMERA LECTURA Is 52, 7-10

Lectura del libro de Isaías.

¡QUÉ hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sion.
Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 (R/.: 3cd)

R/. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.

V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

V/. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

V/. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

V/. Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.

SEGUNDA LECTURA Heb 1, 1-6

Lectura de la carta a los Hebreos. 

EN muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y él será para mi un hijo»?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

Palabra de Dios.

Aleluya Cf. Lc 2, 10-11

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. Nos ha amanecido un día sagrado;
venid, naciones, adorad al Señor,
porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R/.

EVANGELIO (forma larga) Jn 1, 1-18

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

1- El proyecto de Dios
El prólogo de san Juan nos remite a la creación del mundo. Nos recuerda que desde el principio existía el Verbo, la Palabra. Desde el principio Dios tenía un proyecto para el mundo, sabía que quería hacer, qué quería decir a sus interlocutores, los hombres.
El Verbo, la Palabra no es una idea, no es un proyecto teórico. Es una Palabra con vida, con existencia por sí misma. Por eso el Verbo estaba lleno de luz, destinado a ser luz para los hombres.

2- La luz y las tinieblas
A San Juan le gusta hablar de este binomio Luz-tinieblas que aparece muchas veces en su evangelio. Esto nos recuerda que desde el principio Dios nos ha hecho libres para elegir la Luz o las tinieblas, la oscuridad, el pecado y la muerte del mundo. Aunque la Luz se ofrece muchos no quieren recibirla.
Aunque esto parece un texto muy filosófico, en realidad constatamos que nuestro mundo está lleno de tinieblas cuando vemos tanta violencia, tantas guerras, tantos enfrentamientos, tanta hambre, tantas desigualdades… Realmente parece que la humanidad ha preferido siempre las tinieblas a la luz. Pero no siempre es así. Hay personas que han aceptado la Luz de la Palabra.
Si nos quedáramos en una visión pesimista de la humanidad, no tendríamos esperanza. Es cierto que hay muchos hechos en nuestro mundo que no nos invitan al optimismo. Pero no es menos cierto que ha habido y hay personas e instituciones que han hecho avanzar a la humanidad por las sendas de la Luz: la implantación de la educación y la sanidad para todos, los gestos de solidaridad entre las personas y los pueblos, los grandes santos que han dado su vida por los demás….
Todos los que reciben a la Palabra, que es Jesús, tienen el poder de ser Hijos de Dios, porque le tienen como Padre. Otros prefieren tener como padre a las tinieblas.

3- El Verbo (Palabra) se hizo carne
La Navidad es misterio de encarnación. El proyecto de Dios se hace realidad en un Niño, en un hombre concreto que nos enseña a vivir porque es portador de vida. La encarnación nos recuerda que hemos de tener cuidado cuando creemos en un Dios celeste ajeno a toda realidad. Jesús no es una idea bonita, es una persona que vive las sensaciones que vivimos nosotros, que pasó hambre y frío, que tuvo dudas y dificultades, que sintió dolor como lo sentimos nosotros, que se tuvo que enfrentar con los problemas reales que nosotros tenemos. Precisamente por eso es luz. Si vivió lo mismo que nosotros vivimos, supo afrontarlo a la manera de Dios: desde un amor inmenso a las personas, desde la apuesta por la vida, desde la libertad ante las propias leyes religiosas que a veces oprimen a hombre..
Cuidado con una fe espiritualoide, instalada en la visión de un Dios tan elevado que se separa de la realidad de cada día. Dios está presente en cada acontecimiento, en cada persona, en cada paso que damos. Dios se encarna. A veces nosotros nos empeñamos en huir del mundo, mientras que Dios se hace mundo, se encarna, se mete en nuestra vida. ¡Ojo! Que se meta en el mundo no significa que se mundanice. Jesús es luz para el mundo, pero no se deja influir por la tiniebla que lo habita. Jesús come con los pecadores, se acerca a ellos, les perdona, pero no se deja contagiar por su pecado, no se deja seducir por el poder de las tinieblas.
La Navidad nos recuerda que es importante entrar en el misterio, contemplar la gloria de Dios. Pero a la vez, se nos invita a encarnarnos como hizo Jesús, a mantener viva la preocupación constante por los problemas de este mundo en que vivimos, a ser fuerza transformadora de la realidad de las tinieblas. Si no conocemos el proyecto de Dios, nos dejaremos seducir por la fuerza del mal. Solo la oración, la contemplación, la amistad con Jesús, nos ayudará a conocer el misterio de la Luz. Pero si no nos implicamos para hacer un mundo mejor, la Luz se quedará en nosotros, debajo del celemín. La luz está hecha para alumbrar a todos. ¿Seremos portadores de la luz de Dios en esta navidad?

FELIZ NAVIDAD


sábado, 19 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO IV DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA 2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a.16

Lectura del segundo libro de Samuel.

CUANDO el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:
«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
Natán dijo al rey:
«Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».
Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:
«Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?
Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.
En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo.
Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 (R/.: Cf. 2a))

R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
V/. Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «Tu misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.
V/. «Sellé una alianza con mí elegido,
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades». R/.
V/. «Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R/.

SEGUNDA LECTURA Rom 16, 25-27

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que proclamo, conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora mediante las Escrituras proféticas, dado a conocer según disposición del Dios eterno para que todas las gentes llegaran a la obediencia de la fe; a Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

Aleluya Lc 1, 38
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra. R/.

EVANGELIO Lc 1, 26-38

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

En este último domingo de Adviento deslumbra la figura de María. El texto de Lucas nos sugiere varias cosas:
1- Un enviado
No hace tantos años, los mortales enviábamos cartas para comunicar noticias y sentimientos. Hoy esos envíos, se van sustituyendo por e-mails, wasaps, sms… Dios tiene sus propios medios para hacernos llegar sus mensajes a nosotros: los ángeles y los arcángeles. Gabriel es el nombre del mensajero que hoy nos ocupa: “la fuerza de Dios”.
Esa fortaleza tan grande se presentó ante una joven indefensa. Una virgen desposada con un descendiente de la casa del Rey David, llamado José. Ambos vivían en Nazaret. La joven se llamaba María.
Igual que Dios hizo rey a David, un humilde pastor, quiere hacer una obra grande con María, una humilde mujer. Porque Dios siempre saca fuerza de lo débil. David le construiría a Dios un Templo para albergar el Arca de la Alianza. María deja que su vientre sea Templo de Dios.
También en este Adviento recibiremos algún enviado del Dios grande. Puede que no lo veamos, porque los enviados de Dios pertenecen al mundo celestial. Solo los humildes son capaces de ver lo grande. María, la mujer que vive en un lugar perdido del mundo, escucha perfectamente al enviado. ¿Descubriremos nosotros a nuestro ángel particular? Quizá sea alguna persona que ves todos los días, o quizá sea esa voz interior que está luchando por salir de tu cerebro. En este Adviento, libérate y acoge al enviado.
2- El mensaje
En el Antiguo Testamento, los mensajes de Dios eran más solemnes y graves. Desde la misma concepción de Jesús, Dios quiere hablar al ser humano de otra forma bien distinta; las palabras de Dios vienen envueltas en un sentimiento de profunda alegría. Desde este mismo instante comienza el Evangelio, la buena Noticia, el mensaje de salvación. Dios regala a María toda su alegría, por eso se llena de su gracia, de su amor.
Un ejercicio interesante para terminar este Adviento puede consistir en avivar el recuerdo de los momentos de encuentro con el Señor. Esos momentos en los que nos hemos sentido llenos de paz, o llenos de alegría, o llenos de amor. Estos sentimientos son la prueba íntima de la presencia de Dios entre nosotros.
El contenido de esa envoltura dichosa es también prometedor. La mujer virgen será madre de un niño al que llamará Jesús, Hijo del Altísimo, heredará el trono de David y reinará sobre la casa de Jacob.
El mensaje no puede apuntar más alto. No se puede ser madre de alguien más importante que el niño que nacerá.
Cuando recibimos un mensaje de Dios sabemos a lo que estamos llamados, pero no tenemos ni idea de cómo se hará realidad. Jamás María imaginaría a su hijo como un rey que no tiene donde reclinar la cabeza, que terminaría sus días coronado con espinas. Sabemos dónde nos quiere llevar Dios, pero no imaginamos los caminos que hemos de recorrer para llegar. ¿Qué sabían los esposos lo que se iban a encontrar cuando se prometieron fidelidad y amor ante Dios? ¿Qué sabía el catequista novato de los niños que Dios iba a poner en su camino?, ¿Qué sabía el joven que entra en el Seminario de las apasionantes sendas que después andaría en su vida? María es maestra en guardar todas las sorpresas de la vida en el corazón. Pidamos su ayuda en este Adviento para recorrer los caminos que Dios ha dispuesto para nosotros.
3- Las objeciones
¿Cómo será eso si no conozco varón?, decía María. ¿Cómo será eso, si yo no sirvo para trabajar en la Iglesia, si soy muy cobarde, si me da miedo salirme de la norma?, decimos nosotros.
Siempre tenemos un “pero” para Dios. No sabemos que para Dios nada hay imposible. Se lo demostró a María haciendo que la estéril Isabel quedara encinta. Nos lo demuestra a nosotros cuando nos lleva por caminos insospechados, cuando descubrimos que sus proyectos salen adelante contra todo pronóstico.
El Espíritu Santo lo puede todo. Una virgen puede dar a luz, una iglesia muerta y acorralada puede tener vida cuando nadie lo esperaba.
4- Hágase
Ponerse a disposición de las autoridades cuando tenemos las espaldas cubiertas, cuando tenemos la seguridad del poder o de las riquezas, es muy fácil. Ponerse a disposición del Dios que nos deja siempre a la intemperie de la vida, que nos anuncia sus pretensiones, pero no nos dice lo que vamos a pasar por el camino, no es tan fácil.
María dice a Dios que puede disponer de ella. En el ejercicio de su libertad, se hace esclava. Consiente en aceptar un camino del que solo se ve un abismo oscuro. Pero en eso consiste la confianza y la fidelidad: en entregar a otro nuestra libertad. Solo el que se fía confía. María es maestra de fe.
Nuestra última petición en este Adviento puede ir encaminada a la fe. María, enséñanos a confiar en Dios, enséñanos a poner nuestra vida a su disposición.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA Is 61,1-2a.10-11

Lectura del libro de Isaías.

EL Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,  para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor,
y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Lc 1, 46b-48. 49-50. 53-54 (R/.: Is 61, 10b)

R/. Me alegro con mi Dios.
V/. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R/.

V/. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R/.

V/. A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia. R/.

SEGUNDA LECTURA 1 Tes 5, 16-24

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.

HERMANOS:
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno.
Guardaos de toda clase de mal. Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
El que os llama es fiel, y él lo realizará.

Palabra de Dios.

Aleluya Cf. Is 61, 1 (Lc 4, 18ac)

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. El Espíritu del Señor está sobre mí:
me ha enviado a evangelizar a los pobres. R/.

EVANGELIO Jn 1, 6-8. 19-28

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

SURGIÓ un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?».
El confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo:
«No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió:
«No».
Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

1. El domingo de la alegría
El tercer domingo de Adviento es llamado tradicionalmente “domingo gaudete”. Así comenzaba la liturgia en latín: “gaudete”. Se puede traducir como “regocijaos” o “alegraos”
Este domingo podemos estar contentos porque se nos desvela el motivo de nuestra alegría, que no es otro que Jesús mismo a quien anunciaron los profetas, a quien anunció Juan Bautista.
Con el Isaías de la primera lectura podemos decir: “desbordo de gozo en el Señor”, porque el que viene nos salva.
A veces perdemos los cristianos esta dimensión de la alegría: las enfermedades, las decepciones, los cansancios, nos van recluyendo a un estado de tristeza o desánimo. Este domingo de Adviento es un buen momento para recuperar nuestra alegría primera, o al menos, para replantearnos por qué vivimos tristes. Una fe que se expresa desde el resentimiento no contagia, no ilusiona… Que no nos pueda la desilusión, que no nos desgaste el desánimo… Hay uno que renueva nuestra alegría.

2. Testigos de la Luz
Se nos dice de Juan Bautista que no era él la Luz, sino testigo de la Luz. También en este Adviento es momento para plantearnos cómo es nuestro testimonio de Jesús, la Luz del mundo.
Después de dos mil años de cristianismo podemos correr el riesgo de presentar ante los demás a un Jesús demasiado académico, o demasiado moralista, o demasiado litúrgico o demasiado divino, o demasiado humano… Hemos de ser conscientes que la Luz no cabe en nuestros pobres candiles. Es mucho más grande. Pero se nos pide que demos testimonio de ella. Allí donde haya tinieblas, siempre se anhelará la Luz. Por eso, el mejor testimonio que podemos dar no solo tiene que ver con la palabra ilusionante que podemos pronunciar, sino también con el acompañamiento del camino del hermano. Acompañar con la alegría al que está triste, con la riqueza al que vive en la miseria, con la paz al que sufre una guerra. Acompañar con el perdón, con el clamor de justicia, con la verdad libre… No soy yo el que acompaño; es Cristo, que vive en mí. Este adviento podemos ser testigos luminosos con el hermano que vive a nuestro lado. ¡Qué tarea más liberadora!

3. Una comisión de investigación
Suena a algo que hacen los políticos: comisiones para investigar. Eso es lo que hicieron los mandatarios del Templo con Juan Bautista. Enviaron a sus subalternos, sacerdotes y levitas para que le investigaran. Querían saber quien era, porque iba por libre. A los que mandan no les suele gustar la gente que va por libre. Tenían miedo que iniciara alguna revuelta religiosa presentándose como el Mesías, o como Elías o como el Profeta (Moisés). Pero Juan no tiene problemas en contestar a todas las preguntas que le hacen. Se podían quedar tranquilos porque él no era el Mesías. Juan no era ningún loco visionario. Al contrario, él no se siente más que un pobre hombre del desierto que conecta con las palabras de Isaías de las que hablamos el domingo pasado: “preparad los caminos al Señor”
Pero entre los que investigaban también había fariseos. A éstos no les importaba lo que Juan decía, sino lo que Juan hacía. Por eso le preguntan: “¿por qué bautizas si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” Solo los profetas o el Mesías tenían poder para bautizar, para purificar o realizar un cambio de vida. Pero Juan no quiere hablar de sí mismo. Desea hablar de otro, de alguien a quienes no conocen los fariseos, de alguien que es más importante.
Otra buena lección para este Adviento: no hablar tanto de nosotros mismos, de lo que queremos, de lo que hacemos, de lo que tenemos… Hablar de las obras que Dios hace a nuestro alrededor. Siempre tendremos al lado investigadores que nos preguntan: la respuesta no está en mí, está en Jesús. El nos hace volver al principio de esta reflexión: si queremos estar alegres tenemos que acudir a Jesús.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA Is 40, 1-5. 9-11

Lectura del libro de Isaías.
«CONSOLAD, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle,
que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor
ha recibido doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y la verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—».
Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sion;
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
«Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder
y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos
y los lleva sobre el pecho;
cuida él mismo a las ovejas que crían».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 84, 9abc y 10. 11-12. 13-14 (R/.: 8)

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
V/. Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está cerca de los que le temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.
V/. La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.
V/. El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino. R/.

SEGUNDA LECTURA 2 Pe 3, 8-14

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro.

NO olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.
El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión.
Pero el Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto.
Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios!
Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados.
Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.
Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables.

Palabra de Dios.

Aleluya Lc 3, 4cd. 6

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
Toda carne verá la salvación de Dios. R/.

EVANGELIO Mc 1, 1-8

Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

COMIENZA el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío a mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino;
voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
enderezad sus senderos”».
Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».

Palabra del Señor.



HOMILÍA

1. La voz del desierto
En este segundo domingo de Adviento, nos encontramos con el personaje de Juan. Debió ser un personaje peculiar. Había abandonado el ruido de la ciudad para irse al desierto. Su voz, adquirió fama, porque era escuchada por muchos. El desierto es un lugar solitario y despoblado, pero el que grita puede ser oído, incluso desde la ciudad. Puede ser oído, aunque vaya vestido con una sola piel de camello, aunque su dieta sea a base de saltamontes y miel silvestre. Acudía mucha gente de la capital para ser bautizada.
El desierto es el lugar de peregrinación del Pueblo de Israel, de camino a la Tierra Prometida. Pero también es un lugar de purificación, de conversión, cuando se vence a las tentaciones.
La figura de Juan nos recuerda que cualquier persona puede ser valiosa para Dios. Muchas veces pensamos que nosotros somos insignificantes en la vida de la iglesia, en el anuncio del evangelio. No nos damos cuenta de que desde los lugares más insospechados, más alejados, podemos ser la voz de Dios. Podemos ser palabra humilde, oculta para muchos y llena de sentido para otros. Este adviento podríamos valorar a las personas más sencillas de nuestras comunidades, de nuestras parroquias, de nuestros barrios. Personas en las que no reparamos nunca, pero lo que hacen es grandioso, porque su vida está puesta al servicio de los demás. Nuestra sociedad se fija solo en las palabras que nos venden los que están en la cima, en los programas estrellas, en las redes sociales… Son voces que muchas veces están al servicio de intereses que nada tienen que ver con el evangelio. La voz del desierto resuena desde la sencillez, desde la verdad de una vida sin ideologías ni intereses.
Este Adviento puede ser un buen momento para preguntarnos cómo es nuestra voz, qué intereses defiendo. ¿Desde dónde hablo?
2- Allanad los caminos
La profecía de Isaías se había hecho realidad en Juan Bautista. El allanó el camino para que llegara el Señor. Si queremos ir a un lugar sin camino, nos enfrentaremos a peñascos, nos mojaremos los pies en los arroyos por los que pasamos, subiremos montañas empinadas. Así es una tortura llegar al destino.
A veces se lo ponemos difícil a Dios. Qué difícil le resulta llegar a nosotros, porque le ponemos muchos impedimentos. ¿Cómo va a hablarnos si no dejamos un espacio para escucharle?, ¿Cómo vamos a sentir que nos ama si estamos continuamente sumergidos en el resentimiento?¿Cómo recibir su perdón si ni siquiera somos conscientes de nuestro pecado?
Los caminos que no se trabajan se estropean por las inclemencias del tiempo. Igual pasa con nuestra relación con Dios. Si no se cuida, si no se trabaja…. Allanemos los caminos para que pase el Señor por nuestras vidas.
3- El os bautizará con Espíritu Santo
Juan es un mediador, un trabajador al servicio del que ha de venir. El Bautista no es la luz, es quien da testimonio de la Luz. Pero sin duda fue un personaje importante en los inicios de la vida pública de Jesús, ya que los cuatro evangelistas hablan de él.
Juan preparó el terreno, pero sabía cuáles eran sus límites. Su mérito está en que supo reconocer a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios; preparó a muchos con el bautismo de agua, un bautismo por el que se perdonaban los pecados. Pero ese bautismo no es el auténtico.
En nuestra tarea como evangelizadores nos anunciamos a menudo a nosotros mismos. No es ese nuestro cometido. Juan nos enseña a ponernos en manos de Jesús para recibir su Espíritu, su fuerza, su ardor. Sin el Espíritu no somos más que meros portadores de una religión llena de normas, de una ideología religiosa que busca imponerse para manipular las conciencias a nuestro antojo. El Espíritu nos pone en un segundo plano, como Juan, dejando al lado “nuestras cosas” para acoger al Dios que viene a nuestra casa. Solo él llenará de sentido todo lo que hacemos.