sábado, 25 de julio de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA 1 Re 3, 5. 7-12
Lectura del primer libro de los Reyes.

EN aquellos días, el Señor se apareció de noche en sueños a Salomón y le dijo:
«Pídeme lo que deseas que te dé».
Salomón respondió:
«Señor mi Dios: Tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un muchacho joven y no sé por dónde empezar o terminar. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú te elegiste, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal. Pues, cierto, ¿quién podrá hacer justicia a este pueblo tuyo tan inmenso?».
Agradó al Señor esta súplica de Salomón.
Entonces le dijo Dios:
«Por haberme pedido esto y no una vida larga o riquezas para ti, por no haberme pedido la vida de tus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia, yo obraré según tu palabra: te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti».
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130 R/.   ¡Cuánto amo tu ley, Señor!
        V/.   Mi porción es el Señor;
                he resuelto guardar tus palabras.
                Más estimo yo la ley de tu boca
                que miles de monedas de oro y plata.   R/.
        V/.   Que tu bondad me consuele,
                según la promesa hecha a tu siervo;
                cuando me alcance tu compasión,
                viviré, y tu ley será mi delicia.   R/.
        V/.   Yo amo tus mandatos
                más que el oro purísimo;
                por eso aprecio tus decretos
                y detesto el camino de la mentira.   R/.
        V/.   Tus preceptos son admirables,
                por eso los guarda mi alma;
                la explicación de tus palabras ilumina,
                da inteligencia a los ignorantes.   R/.

SEGUNDA LECTURA Rom 8, 28-30
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Palabra de Dios.

Aleluya Cf. Mt 11, 25
R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.
V/.   Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra,
        porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla. .   R/.

EVANGELIO Mt 13, 44-46
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».
Palabra del Señor.


HOMILÍA

¿DÓNDE SE ESCONDE EL REINO DE DIOS?
Si miramos en el mapa podemos descubrir las fronteras de cada reino (o república) de este mundo. Podemos situar cada uno de ellos en los continentes. Pero ¿dónde está el Reino de Dios? Ese reino no se puede encontrar en ningún mapa, aunque está aquí en la tierra.
La primera de las parábolas de hoy nos habla de un tesoro escondido en un campo. Tesoros así no son fáciles de encontrar. Se nos sugiere que tampoco el Reino de Dios se encuentra fácilmente. ¿Acaso Dios nos lo quiere poner difícil? No es eso. A veces los tesoros mejor guardados son los que están a la vista de todos. El ser humano pierde una y otra vez la capacidad de mirar en lo profundo, de escuchar con atención, de descubrir la evidencia de las cosas. ¿Por qué es así? Porque desplazamos la mirada desde lo profundo a lo superficial, desde los bienes espirituales a los dones materiales, desde la preocupación por el otro a la preocupación por mí mismo… Al desplazar la mirada, también desviamos nuestros intereses. No es fácil mantener el interés en las cosas que verdaderamente importan en la vida. La primera lectura nos presenta al rey Salomón pidiendo a Dios algo insólito: saber discernir entre el bien y el mal para poder hacer justicia a su pueblo. Parece que Dios se sorprendió mucho de esta petición, porque la costumbre entre los reyes de este mundo debía ser muy distinta. Los reyes suelen pedir a Dios poder y riquezas. Y los que no somos reyes quizá también pedimos lo mismo. Pero Dios no da bienes materiales a nadie. Esos ya nos los buscamos nosotros solitos. Dios nos colma de bienes espirituales. Por eso dotó a Salomón de una gran sabiduría. Este rey, supo mantener la mirada en las cosas verdaderamente importantes; no se dejó seducir por otros tesoros que deslumbran más. Por eso el Reino parece que está escondido. Pero hay mucha gente que sabe dónde buscar, porque no desvía la mirada, porque no se deslumbra con otros tesoros.
Dichosos aquéllos que se mantienen firmes en la sencillez de la vida, en el amor al prójimo, en la verdad desnuda, en la solidaridad, en el amor por la justicia… Ellos saben que atesoran algo grande. Dichosos los que han descubierto a Jesús, el gran tesoro, el que contiene todos los tesoros del mundo. Con él ha comenzado el Reino.
Por eso el Reino de Dios no se encuentra en ningún mapa, porque es una persona, Jesús; porque está dentro de las personas que le siguen. Todos ellos son el mapa del Reino.
EL VALOR DEL REINO
El mundo de la economía nos transmite en cifras el valor de las cosas, el valor del trabajo de un país, de las empresas, del producto interior bruto… Todos sabemos cuánto vamos a perder con la crisis sanitaria del coronavirus. Nos lo dirán en cifras. Lamentablemente no nos dirán qué porcentaje de solidaridad hemos perdido o ganado durante esta pandemia, qué tasa de desamor hemos tenido durante estos meses, qué índice de paz hemos alcanzado… Quizá estas cosas no se pueden medir. Pero el que encuentra a Jesús de verdad, entra en un nuevo orden de cosas, en una vida nueva, en un reino con otros valores distintos. San Pablo nos recuerda que todo lo estima basura en relación con el valor que tiene Cristo en su vida. El es el gran tesoro, la gran perla, la mejor joya que podríamos tener. Todo lo demás nos sobra. Por eso el Reino de Dios es confianza absoluta en las palabras de Jesús. Si no has encontrado este tesoro, sigue buscando.

No hay comentarios: