sábado, 12 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA Is 61,1-2a.10-11

Lectura del libro de Isaías.

EL Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,  para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor. Desbordo de gozo en el Señor,
y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Lc 1, 46b-48. 49-50. 53-54 (R/.: Is 61, 10b)

R/. Me alegro con mi Dios.
V/. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R/.

V/. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R/.

V/. A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia. R/.

SEGUNDA LECTURA 1 Tes 5, 16-24

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.

HERMANOS:
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno.
Guardaos de toda clase de mal. Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
El que os llama es fiel, y él lo realizará.

Palabra de Dios.

Aleluya Cf. Is 61, 1 (Lc 4, 18ac)

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. El Espíritu del Señor está sobre mí:
me ha enviado a evangelizar a los pobres. R/.

EVANGELIO Jn 1, 6-8. 19-28

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

SURGIÓ un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?».
El confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo:
«No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió:
«No».
Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

1. El domingo de la alegría
El tercer domingo de Adviento es llamado tradicionalmente “domingo gaudete”. Así comenzaba la liturgia en latín: “gaudete”. Se puede traducir como “regocijaos” o “alegraos”
Este domingo podemos estar contentos porque se nos desvela el motivo de nuestra alegría, que no es otro que Jesús mismo a quien anunciaron los profetas, a quien anunció Juan Bautista.
Con el Isaías de la primera lectura podemos decir: “desbordo de gozo en el Señor”, porque el que viene nos salva.
A veces perdemos los cristianos esta dimensión de la alegría: las enfermedades, las decepciones, los cansancios, nos van recluyendo a un estado de tristeza o desánimo. Este domingo de Adviento es un buen momento para recuperar nuestra alegría primera, o al menos, para replantearnos por qué vivimos tristes. Una fe que se expresa desde el resentimiento no contagia, no ilusiona… Que no nos pueda la desilusión, que no nos desgaste el desánimo… Hay uno que renueva nuestra alegría.

2. Testigos de la Luz
Se nos dice de Juan Bautista que no era él la Luz, sino testigo de la Luz. También en este Adviento es momento para plantearnos cómo es nuestro testimonio de Jesús, la Luz del mundo.
Después de dos mil años de cristianismo podemos correr el riesgo de presentar ante los demás a un Jesús demasiado académico, o demasiado moralista, o demasiado litúrgico o demasiado divino, o demasiado humano… Hemos de ser conscientes que la Luz no cabe en nuestros pobres candiles. Es mucho más grande. Pero se nos pide que demos testimonio de ella. Allí donde haya tinieblas, siempre se anhelará la Luz. Por eso, el mejor testimonio que podemos dar no solo tiene que ver con la palabra ilusionante que podemos pronunciar, sino también con el acompañamiento del camino del hermano. Acompañar con la alegría al que está triste, con la riqueza al que vive en la miseria, con la paz al que sufre una guerra. Acompañar con el perdón, con el clamor de justicia, con la verdad libre… No soy yo el que acompaño; es Cristo, que vive en mí. Este adviento podemos ser testigos luminosos con el hermano que vive a nuestro lado. ¡Qué tarea más liberadora!

3. Una comisión de investigación
Suena a algo que hacen los políticos: comisiones para investigar. Eso es lo que hicieron los mandatarios del Templo con Juan Bautista. Enviaron a sus subalternos, sacerdotes y levitas para que le investigaran. Querían saber quien era, porque iba por libre. A los que mandan no les suele gustar la gente que va por libre. Tenían miedo que iniciara alguna revuelta religiosa presentándose como el Mesías, o como Elías o como el Profeta (Moisés). Pero Juan no tiene problemas en contestar a todas las preguntas que le hacen. Se podían quedar tranquilos porque él no era el Mesías. Juan no era ningún loco visionario. Al contrario, él no se siente más que un pobre hombre del desierto que conecta con las palabras de Isaías de las que hablamos el domingo pasado: “preparad los caminos al Señor”
Pero entre los que investigaban también había fariseos. A éstos no les importaba lo que Juan decía, sino lo que Juan hacía. Por eso le preguntan: “¿por qué bautizas si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” Solo los profetas o el Mesías tenían poder para bautizar, para purificar o realizar un cambio de vida. Pero Juan no quiere hablar de sí mismo. Desea hablar de otro, de alguien a quienes no conocen los fariseos, de alguien que es más importante.
Otra buena lección para este Adviento: no hablar tanto de nosotros mismos, de lo que queremos, de lo que hacemos, de lo que tenemos… Hablar de las obras que Dios hace a nuestro alrededor. Siempre tendremos al lado investigadores que nos preguntan: la respuesta no está en mí, está en Jesús. El nos hace volver al principio de esta reflexión: si queremos estar alegres tenemos que acudir a Jesús.

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