sábado, 27 de junio de 2020

Evangelio del Domingo


DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA 2 Re 4, 8-11. 14-16a
Lectura del segundo libro de los Reyes.

PASÓ Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba.
Ella dijo a su marido:
    «Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse».
Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó.
Entonces se preguntó Eliseo:
    «¿Qué podemos hacer por ella?».
Respondió Guejazí, su criado:
    «Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano».
Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada.
Eliseo le dijo:
    «El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19 (R/.: 2a)
 R/.   Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

        V/.   Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
                anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
                Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
                más que el cielo has afianzado tu fidelidad.   R/.

        V/.   Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
                caminará, oh, Señor, a la luz de tu rostro;
                tu nombre es su gozo cada día,
                tu justicia es su orgullo.   R/.

        V/.   Porque tú eres su honor y su fuerza,
                y con tu favor realzas nuestro poder.
                Porque el Señor es nuestro escudo,
                y el Santo de Israel nuestro rey.   R/.

SEGUNDA LECTURA Rom 6, 3-4. 8-11
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.

Aleluya 1 Pe 2, 9
R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.
V/.   Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa;
        anunciad las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa.   R/.

EVANGELIO Mt 10, 37-42
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Palabra del Señor.


HOMILÍA
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús instruyendo a los apóstoles sobre la familia. Las citas que aparecen en los evangelios sobre este tema pueden dejarnos un poco incómodos por la manera que se habla de las relaciones familiares. Incluso cuando Jesús habla de su propia familia, da la impresión de que siente un gran desapego por ella: “mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (lc 8, 19-21).
Puede que haya quien interprete el evangelio de hoy como una huída de la familia para ser discípulo de Jesús. Nada más lejos de la realidad. Jesús no habla de los lazos biológicos de la familia; tampoco quiere que dejemos de relacionarnos con  nuestras familias para mantenernos puros en el crecimiento espiritual. En el pasado, había algunas órdenes religiosas que separaban a sus miembros de sus familias para que no interfirieran en la vida espiritual y en la nueva familia religiosa.  Esto era llevar las palabras de Jesús a unos límites equivocados.
¿Entonces por qué Jesús habla de la familia en los términos en los que lo hace?
Esto solo se entiende si nos centramos en el mensaje de Jesús. El mensaje del Reino es primordial en la vida de un discípulo, de un seguidor de Cristo. Es un mensaje que se asienta en la verdad como fundamento para ser libres; en la justicia, como como base de las relaciones humanas; en la paz, como vivencia para el entendimiento en un mundo enfrentado; en el servicio, como principio de toda fraternidad… El mensaje de Jesús es para ser vivido, no para hacer teorías bonitas sobre él. Por eso nos propone formar parte de una nueva familia donde tengan cabida los más pobres, los excluidos, los que no tienen familia, los rechazados por unas relaciones sociales cerradas, donde los poderosos no son conscientes del sufrimiento de los humildes.
Este mensaje choca a veces con las ideas establecidas en la familia, que busca el triunfo de los hijos, que desea su porvenir glorioso. Podemos recordar el ejemplo de la madre de dos discípulos de Jesús, los Cebedeos. Esta madre se atrevió a pedir a Jesús los mejores puestos para sus hijos en el Reino que ella pensaba que iba a instaurar. Una madre que hace eso, es porque quiere lo mejor para sus hijos, pero se olvida del mensaje de Jesús.
También nosotros hoy pensamos en términos de beneficio personal y familiar, no pensamos desde la propuesta del Reino que Jesús nos ofrece. Por eso vemos a los emigrantes como competidores, no como hijos de Dios y hermanos nuestros; celebramos los sacramentos como rituales sociales, no como expresión de nuestra pertenencia a la gran familia de Jesús; nos preocupamos más de nuestra gloria, de nuestros cargos, no del servicio que prestamos a nuestros hermanos.
El evangelio nos invita a “perder la vida” para ganarla. Seguro que la madre de los Cebedeos tendría mucho disgusto porque sus hijos estaban perdiendo el tiempo siguiendo a Jesús. De él iban a sacar poco provecho para su porvenir.
El discípulo, el profeta, es alguien pequeño, sin porvenir, incluso malmirado por muchos, porque dice cosas que no gustan. Siempre hay gente que acoge a los discípulos y a los profetas, como la mujer de la primera lectura. Dios sabrá recompensar a las personas que acojan a los que son del Reino. Feliz domingo.

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