sábado, 26 de diciembre de 2020

Evangelio del Domingo


LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

PRIMERA LECTURA Gén 15, 1-6; 21,1-3

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, el Señor dirigió a Abrán, en una visión, la siguiente palabra:
«No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante».
Abrán contestó:
«Señor Dios, ¿qué me vas a dar si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?».
Abrán añadió:
«No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará».
Pero el Señor le dirigió esta palabra:
«No te heredará ese, sino que uno salido de tus entrañas será tu heredero».
Luego lo sacó afuera y le dijo:
«Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas».
Y añadió:
«Así será tu descendencia».
Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia.
El Señor visitó a Sara, como había dicho. El Señor cumplió con Sara lo que le había prometido. Sara concibió y dio a Abrahán un hijo en su vejez, en el plazo que Dios le había anunciado. Abrahán llamó Isaac al hijo que le había nacido, el que le había dado Sara.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 104, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 (R/.: 7a. 8a)

R/. El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente.

V/. Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

V/. Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

V/. Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido! R/.

V/. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

SEGUNDA LECTURA Heb 11, 8. 11-12. 17-19

Lectura de la carta a los Hebreos.

HERMANOS:
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo vigor para concebir cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.

Palabra de Dios.

Aleluya Heb 1,1-2

R/. Aleluya, aleluya, aleluya.

V/. En muchas ocasiones habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R/.

EVANGELIO Lc 2, 22-40

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

CUANDO se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.



HOMILÍA

Hoy es el día de la Sagrada Familia. Recordamos a la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Les contemplamos en un acto cotidiano de la vida de fe del Pueblo de Israel; presentan al niño en el Templo, después de cumplirse los cuarenta días de purificación prescritos después del parto de toda mujer.
1. Simeón y Ana
El Evangelio de hoy nos habla de estos dos personajes que estaban en torno al templo de Jerusalén: Simeón, un anciano sacerdote, lleno de Espiritu Santo, y Ana una viuda profetisa que pasaba los días orando en el templo. Estos dos ancianos piadosos nos ayudan a pensar en nuestros mayores de hoy. Llevan todo el año viviendo una experiencia muy dura de soledad provocada por la pandemia. A su edad necesitan sentir el cariño y el afecto de los suyos. Y sin embargo tienen que sufrir el aislamiento impuesto, muchas veces sin comprenderlo muy bien. Tenemos una deuda como sociedad con ellos, pues han sido los que más han sufrido las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Hemos de pensar en estos momentos cómo compensarles por todo lo que han sufrido, tanto individualmente como socialmente.
2- Ofrecerse al Señor
La presentación en el templo era un momento especial para todas las familias judías que ofrecían a sus hijos a Dios.
También nosotros podemos hacer de la vida que Dios nos ha regalado un ofrecimiento al Señor. Ofrecernos para ser instrumentos de su voluntad, para ser colaboradores de su proyecto, para dejar que su Reino se materialice en mi vida. La oración franciscana “haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz”, refleja muy bien este gesto de la presentación en el templo.
En la fiesta de la sagrada familia conviene recordar que los discípulos de Jesús estamos llamados a superar los lazos de sangre para formar la gran familia de los hijos de Dios. Qué duda cabe que estos lazos sanguíneos nos mueven internamente; en la familia los niños crecen en libertad y armonía; los padres crecen en un amor maduro y entregado. Pero a la vez estamos llamados a ofrecernos a Dios para perseguir la fraternidad fuera de los límites de la familia biológica. La comunidad de hermanos complementa a la iglesia doméstica, más pequeña y reducida. En el mundo de hoy, donde se valora mucho la libertad individual, a veces se puede perder la perspectiva de la vida comunitaria como un medio para la entrega a Dios, como una forma de hacer realidad el Reino. Por seguir con la oración franciscana anteriormente citada, podríamos decir que la familia comunitaria puede ser un instrumento para que sus miembros aprendan a poner paz en medio de las divisiones, amor, en medio de las guerras y enfrentamientos, perdón cuando las ofensas nos acosen. Deberíamos revisar nuestras parroquias cada día para descubrir hasta qué punto son escuelas donde se viva este ofrecimiento al Señor en los gestos más cotidianos.
3- Mis ojos han visto a tu Salvador
Es conmovedora la oración de Simeón que nos cita el evangelio de Lucas: “ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”.
Un anciano que lleva toda su vida esperando para ver al Salvador. Al final de sus días se le ha presentado la oportunidad. Nosotros somos tan impacientes que queremos ver enseguida. No nos damos cuenta que para mirar a la Luz, hay que acostumbrarse a la luz. Cuando estamos en una habitación oscura y salimos a la luz del día, hemos de acostumbrar la vista a tanta claridad. A veces tardamos una vida enterar en ver la luz. La paciencia es una virtud importante en el camino de la fe. Quien busca encuentra. El que sabe esperar con esperanza, tiene garantizada la visión del Salvador. A veces miramos sin ver, porque no somos conscientes del valor de lo cotidiano hasta que lo perdemos. Todas las familias tienen una convivencia cotidiana un tanto farragosa. La realidad es siempre así, pesada, lastimosa. Solo quien busca transcender su pobre realidad, puede encontrar en su pobreza la fuente de la riqueza, el don de ver al Salvador. Jesús se encuentra en los establos olvidados, en las Galileas alejadas, en las familias que tratan de superar sus múltiples dificultades, en los pecadores arrepentidos, en los que resisten contra viento y marea. ¡Cuántas familias viven con resignación los caminos torcidos de algún hijo rebelde! ¡Cuántos esposos esperan un cambio de las actitudes equivocadas de su pareja! No se trata de ser un resignado sometido. Se trata de mantener una esperanza activa para hacer realidad los deseos del que nos salva en lo cotidiano de la vida. Si perdemos la esperanza, nos invade la amargura. Esto vale para las familias, pero también para las comunidades de nuestras parroquias, para nuestra Iglesia, que siempre está sumergida en dificultades y problemas de toda índole. Que la Sagrada Familia nos conceda ver la Luz del Salvador.

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