domingo, 28 de febrero de 2021

Evangelio del Domingo


DOMINGO II DE CUARESMA

PRIMERA LECTURA Gén 22, 1-2. 9a. 10-13. 16-18

El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán.
Le dijo:
«¡Abrahán!».
Él respondió:
«Aquí estoy».
Dios dijo:
«Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.
Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó:
«Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 (R/.: Sal 114, 9)

R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
V/. Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!».
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.
V/. Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.
V/. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.

SEGUNDA LECTURA Rom 8, 31b-34

Dios no se reservó a su propio Hijo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?

Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio

Cf. Lc 9, 35

En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:

«Este es mi Hijo, el Elegido; escuchadlo».

EVANGELIO Mc 9, 2-10

Este es mi Hijo, el amado



Lectura del santo Evangelio según san Marcos.

EN aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.



HOMILÍA

1- Lo que nos deslumbra con su brillo
¡Cuántas cosas nos deslumbran! A los niños y niñas, algunos futbolistas o cantantes de moda; a los adultos, un coche, una casa, un famoso… Todas esas luces que brillan a nuestro alrededor nos dejan vacíos.
En cambio, el arte, tiene un brillo especial, nos hace subir a esa montaña del éxtasis, nos deslumbra y nos llena: una buena novela, un cuadro que nos ha impresionado, una película que nos ha hecho vibrar por dentro, una música hermosa que resuena en nuestros oídos una y otra vez… Parece que con el arte, se nos llenan los pulmones, nos emocionamos. Nuestra mente se acerca a la belleza, al bien. Pero el arte no es lo único que consigue sacar lo mejor de nosotros mismos, elevarnos a la cima de la montaña. Una buena conversación con un amigo, una comida compartida entre risas, un paseo por la naturaleza, un enamoramiento inesperado, un abrazo sereno, un perdón otorgado con generosidad… Estas experiencias humanas nos llenan de emoción. Una pena que el materialismo creciente oculte todas estas cosas hermosas de la vida.
2- El brillo de Dios
Hay una experiencia de la que hoy no se habla mucho: la experiencia de Dios. Jesús quiso que sus discípulos le acompañaran para que vivieran algo de lo que les había hablado. Subieron a la montaña, el lugar donde Dios se había manifestados tantas veces, con Abrahán, con Moisés, con Elías. Si queremos conocer algo de esa experiencia hemos de hacer un pequeño esfuerzo por salir de nuestra rutina de cada día. Cuando subimos una montaña nos da pereza, porque la subida es dura. Pero merece la pena el esfuerzo si pensamos lo que nos vamos a encontrar. Nos cuesta dejar la cama el domingo para ir a celebrar la eucaristía con nuestros hermanos, nos cuesta hacer el esfuerzo de dejar un rato de nuestro tiempo libre para escuchar la Palabra… Pero hay que subir la montaña, respirar deprisa porque el esfuerzo nos quita el aire. Pero cuando llegamos a la cumbre, nuestra respiración se acompasa y se profundiza, nuestros pulmones se ensanchan, nuestra espalda se estremece, porque vemos el brillo de Dios, sentimos la paz y la dicha, el amor y la ternura. No es una cursilada, es el momento del encuentro. No es sentimentalismo, es el reconocimiento de lo bien que estamos aquí.
Junto a Jesús nos encontramos bien, porque descubrimos que nos llena de paz, nos sentimos amados. Nos gustaría hacer tres tiendas.
Si a uno le preguntan si ha tenido una experiencia religiosa como ésta que describe el evangelio de hoy, es muy posible que piense que nunca ha vivido nada igual, Es posible, porque nuestras catequesis muy a menudo transmiten conocimientos, no experiencias, nuestras misas son vividas como un ritual sin Espíritu… Pero también es cierto que mucha gente no ha puesto nombre a los encuentros que ha vivido con Jesús: esos padres que el día del nacimiento de su hijo se sintieron especialmente agradecidos a Dios; ese niño, que en su habitación pedía para que no le pasaran nada malo a su papá; ese joven, que enamorado mira al cielo para que su amor sea correspondido; esa madre que siente que el Padre está cuidando de ella y de su familia... Podríamos poner millones de ejemplos. Hay momentos en la vida que nos abren a una relación especial de encuentro con lo Infinito. La pena es que no sabemos poner nombre a esos encuentros, aunque sabemos lo bien que hemos estado, la paz que hemos sentido. La Biblia, y sobre todo, los evangelios, nos narran de una manera especial esos encuentros. Al ponerlo por escrito, podemos identificar lo que nos pasa a nosotros, en la alegría, en el dolor, en las dificultades, en lo cotidiano… Hay que aprender a cortar con la rutina para subir al monte del encuentro. El encuentro nos deslumbra, pero de una manera sosegada, nunca milagrera ni prodigiosa. Pongamos nombre con palabras a esos encuentros.
3- Bajar del monte
No podemos quedarnos aquí eternamente, aunque estemos muy a gusto. Hay que bajara a la realidad de nuevo. Muchas personas piensan que lo vivido en la montaña es un espejismo que no tiene nada que ver con la vida diaria, que todos los buenos sentimientos experimentados se disipan cuando nos encontramos con la crudeza de la vida. No debe ser así. Dios no quiere que estemos en una burbuja. El nos quiere equivocándonos, metiendo la pata, fracasando…Porque la vida es así, está llena de montañas que hay que escalar, de piedras que nos hacen tropezar. ¿Entonces qué nos aporta el encuentro en la cima de la montaña? Nos aporta una determinación muy importante: la convicción de que nuestra vida ha de ser vivida como una donación a los hermanos que nos rodean, como entrega. Jesús les dice a sus discípulos que ha de padecer. No lo hace por masoquismo, sino porque el Padre le ha pedido que viva su vida para los demás, no para sí mismo. El Padre le ha llenado de tanto amor que se olvida de su persona para entregar su vida hasta la cruz.
Cuando el encuentro con Jesús es profundo, maduramos para vivir nuestra vida como un don para los demás. No es un sacrificio a regañadientes. Es una convicción que nace del amor que Dios nos da. 
Feliz domingo.

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